Las crisis capitalistas en Marx y los austríacos
- pablosviajsk
- 11 feb 2021
- 8 Min. de lectura
En este apartado abordaremos las consideraciones que cada una de las corrientes hace de las crisis capitalistas. Cabe realizar una aclaración previa. En el caso de los autores de la escuela austríaca, la teoría de las crisis remite a un intento de explicación de la naturaleza de las crisis cíclicas que se experimentan en el capitalismo, aunque, como veremos en breve, ellos niegan el carácter cíclico de las mismas. En el caso de Marx, me centré en el apartado en su teoría de las crisis del capitalismo como la manifestación de los límites que el capital se pone a sí mismo y de las perspectivas que esto abre. Es decir, que expuse los fundamentos que analizan la crisis del sistema en su totalidad. Si bien, en El Capital no faltan los análisis de las crisis cíclicas y la importancia que tienen en relación a los ajustes que realizan en la dinámica capitalista (readaptar la cantidad y el valor del capital constante y variable a las posibilidades de valorización del capital a través de la liquidación de los ‘excedentes’), por cuestiones de espacio, decidí centrarme en la teoría de la crisis sistémica ya que considero que las diferentes crisis cíclicas se explican a partir de la consideración de fondo que realiza Marx acerca de la contradicción fundamental que se procesa en el movimiento del capital como un todo entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Espero que el lector tenga en consideración las diferentes temáticas que quedan englobadas en relación a la naturaleza de las crisis capitalistas en cuanto a las diferentes escuelas.
Con todo lo dicho hasta ahora acerca de la caracterización que la escuela austríaca hace del mercado, de más está decir que, para estos autores, las crisis capitalistas no son una opción posible, excepto que el mercado sufra perturbaciones que tuerzan su dinámica asintótica hacia la armonía de la producción social. El economista Von Mises fue el más conocido dentro de la escuela por la creación de la teoría de las crisis que prescindiera de cualquier consideración que incorpore cualquier idea cercana a una tendencia del mercado hacia la distribución desproporcionada de las inversiones entre las distintas ramas de la economía. Es curioso que justamente una corriente de pensamiento que hace tanto hincapié en estos principios sea conocida por haber desarrollado una teoría de las crisis capitalistas que intenta llenar un hueco muy importante en las explicaciones neoclásicas acerca de las crisis económicas del capitalismo.
Como se podrá deducir, la causa de las crisis no debe buscarse en una dinámica interna del proceso de acumulación del capital sino en el Estado y en su compulsión política por aumentar los medios de circulación en función de bajar la tasa de interés. Los austríacos razonan que el interés no es producto de la escasez dineraria, como se plantea en la escuela neoclásica, sino que se basa en una propensión psíquica a valorar más los bienes presentes que la restricción del consumo a futuro. Esta propensión a valorar lo inmediato por sobre lo futuro en una sociedad es lo que fija el interés determinado en cada momento. Los estados, al creer que el interés es producto de una falta de circulante, es decir que es algo que puede anularse por decreto, comienzan un ciclo de expansión monetaria con el objetivo de poner en marcha la valorización de los recursos naturales y bienes de capital que se encuentran inutilizados. Al hacer este tipo de intervenciones sobre las libres fuerzas del mercado provocan las crisis. Los austríacos, en consecuencia, rechazan cualquier consideración que proponga el carácter neutro del dinero. Si la oferta monetaria se manipula, razonan estos autores, todo el sistema de precios se trastoca y se generan las condiciones para un derroche económico que termina por empobrecer al conjunto de la población. Como ya vimos, los empresarios actúan en el mercado intentando explotar la discrepancia que puede existir entre los costos de producción – incluido el interés – en el presente y el precio que las mercancías tendrán en el futuro. Para que una producción se expanda para así crear nueva riqueza es necesario que se invierta ahorro en nuevos bienes de capital. Al emitir dinero y bajar las tasas de interés, el Estado provoca un efecto sobre las decisiones de los empresarios que, montados sobre estos nuevos datos económicos emprenden proyectos que parecen rentables, aun cuando nada tengan que ver con las reales existencias de factores de producción y las verdaderas valoraciones de los consumidores. Con la baja de la tasa de interés, los costos de producción futuros se orientan hacia la baja, con lo cual comienza el auge, tanto porque las malas inversiones realizadas antes de la expansión del crédito comienzan a ser rentables, como porque se abren nuevos campos para invertir. Los capitalistas comienzan a equiparse de bienes de capital para expandir la producción, financiados con créditos artificialmente bajos, o comienzan a utilizar las malas inversiones realizadas antes del auge. El empleo del capital comienza a desplazarse hacia la producción de bienes de equipo sobre los de consumo dejando necesidades desatendidas de consumo. Mientras más tiempo se mantiene esta situación, la expansión de la producción tiende a alejarse más y más de las valoraciones reales de los consumidores. Inevitablemente se impone el reajuste de los bienes de capital y de los salarios empleados en los períodos de auge, cuando las bajas tasas de interés crearon la ilusión en las empresas de que los bajos costos con los que operaban se condecían con la realidad de la capacidad del mercado. Terminado el proceso todas las variables del mercado terminan trastocadas. El consumo necesariamente baja mientras se repone el capital consumido por inversiones torpes realizadas bajo la ilusión de rentabilidad. En los períodos de reajuste, la excesiva acumulación de inventarios sin vender y la desocupación tienen un origen puramente especulativo. Los empresarios porque se niegan a vender sus mercancías al verdadero precio de mercado (a pérdida) una vez que el interés sube, debido a que consideran – falsamente – que en el futuro conseguirán un mejor precio de venta, y los obreros por su reticencia a aceptar los salarios acordes a su verdadera productividad marginal o a mudarse y cambiar a localidades donde puedan realizar sus pretensiones salariales.
Como vemos, esta somera descripción de la teoría de las crisis de Von Mises, adoptada por la escuela austríaca, niega toda explicación de las crisis basadas en la naturaleza del movimiento del capital. El mercado es por definición armónico y sólo destruye capital debido a desajustes provocados por la impericia o malicia del poder político en su intervención en el mercado monetario. Esta teoría de las crisis, por la naturaleza de sus presupuestos, rechaza toda explicación cíclica de las mismas: “Por medios estadísticos, los aficionados a tales estudios numéricos han pretendido analizar los denominados ciclos económicos largos. Vanas resultan tales pretensiones. La historia del capitalismo europeo refleja un continuo progreso económico, una y otra vez, sin embargo, interrumpido por frenéticos auges y su inexorable secuela: las sórdidas depresiones. Las estadísticas recogen, por lo general, tales movimientos contrarios a la general tendencia hacia un continuo aumento del capital invertido y un permanente incremento de la producción. En dicha tendencia, no obstante, resulta imposible descubrir fluctuación rítmica alguna”[1]. Lejos de ser una teoría del derrumbe capitalista, la teoría de la crisis de la economía austríaca es una teoría cuyas premisas y conclusiones intentan reafirmar el poder del capitalismo para generar riquezas y aumentarlos niveles de vida de la población en su conjunto.
En el marxismo, la tendencia del capitalismo al derrumbe se inscribe en las contradicciones contenidas en la mercancía y en la producción de plusvalor bajo el capitalismo. La ley del valor y la forma concreta mediante la cual ésta se desarrolla bajo este régimen es la traducción de cómo se procesa, en una sociedad que se mueve mediante relaciones objetivadas – precios - , la ley fundamental del movimiento histórico planteada por Marx en su famoso prólogo de la Introducción a la crítica de la economía política[2] a partir del choque entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción. En este sentido Marx no se revela como un ‘economista’ sino como un crítico de la economía. Su plan de trabajo en El Capital era analizar de qué forma concreta el capitalismo procesa estas regularidades del desarrollo histórico. En la medida en que se encontró con un régimen de relaciones cosificadas, Marx tuvo que recurrir a las categorías económicas para reconstruir lo que tienen en común todas las formas sociales: su inevitable tendencia hacia su propia muerte sobre las bases construidas por ellas mismas. En el capitalismo, la tendencia al derrumbe del capital se centra, como ya tuvimos la oportunidad de señalar, en el imperativo que la producción de plusvalía imprime a cada fragmento del capital social hacia la sustitución del trabajo humano directo por la máquina, en la medida en que esto beneficia al capitalista individual al tiempo que condena al capital como relación social general. Esto porque la dinámica descripta imprime la tendencia del capital como un todo a expulsar del proceso productivo a la fuente misma que le da vida – ganancias –, es decir, al trabajo vivo. La forma cosificada de esta tendencia puede explicarse mediante la ecuación que rige la tasa de plusvalor para el capital global: P/CV. Donde P es la masa de plusvalía que se extrae a los trabajadores; C es el capital variable y V el constante. En esta sencilla ecuación puede verse que la tasa de plusvalor relaciona a la plusvalía que se extrae con el total del capital invertido (CV). Como vimos anteriormente, la plusvalía se encuentra en proporción directa con el capital variable, es decir con el trabajo vivo del cual brota. Si disminuye el capital variable en la medida que aumenta la mecanización (C), es decir, en la medida en que aumente la composición orgánica del capital, tendremos que, mientras más se desarrollen las fuerzas productivas del trabajo, menor será la plusvalía extraída por el capital global de sus obreros en relación al total del capital invertido. Esto se refleja de forma directa (por la intermediación de la circulación) en la tasa de ganancia media que obtienen los capitales y en su tendencia a la baja. El mayor desarrollo de las fuerzas productivas bajo su envoltorio capitalista basado en la explotación del trabajo vivo destruye la condición misma de su existencia, es decir, a la tasa de ganancia. El desarrollo de las fuerzas productivas entra en colisión con la forma de organización social que permitió dicho desarrollo. Por último cabe aclarar que esta ley del derrumbe capitalista es tendencial y se encuentra históricamente determinada. Llegamos aquí al límite de la economía y entramos al de la historia y la acción política concreta. Puede suceder que el capital compense esta caída mediante varios expedientes, como por ejemplo la destrucción del capital, de las condiciones de vida de la fuerza de trabajo, el aumento de la intensidad o duración de la jornada laboral, la expansión sobre áreas geográficas inexplotadas, la expansión del crédito y el endeudamiento para llevar la demanda efectiva más allá de la capacidad de compra determinada por las necesidades de acumulación del capital, etc. Es decir, mediante todas las formas posibles de aumentar la plusvalía extraída a los trabajadores. Lo que marca la ley al derrumbe del capital como relación social no es que inexorablemente dicha relación se esfumará sino que, llegado el punto en el que ha agotado todas sus potencialidades históricas, la misma se sobrevivirá a costa de destruir las mismas potencias históricas por ella creadas.
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