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Consideraciones generales sobre la propuesta del cooperativismo autonomista

  • pablosviajsk
  • 23 feb 2021
  • 8 Min. de lectura

En primer lugar considero que toda la base argumentativa de la economía social se despliega a partir de una mala caracterización acerca de la naturaleza de las necesidades que el carácter autónomo de la regulación productiva por parte de una sociedad de productores privados e independientes impone a la realidad. En este sentido se intenta conciliar la presencia de relaciones sociales directas para organizar el metabolismo social con la existencia misma de su imposibilidad histórica: el vínculo productivo social basado en la interacción necesariamente impersonal de productores privados. Se intenta resolver esto intentando encorsetar la economía mercantil dentro del nivel de la reproducción simple sobre la base de una limitada división del trabajo (mercados locales) y de una limitada acumulación de capital (microemprendimientos). Haciendo esto se intenta lograr que las relaciones productivas entre empresas y al interior de la pequeña empresa se mantengan lo más directas posibles dentro del régimen mercantil. Cabe pensar que, aún en estas condiciones, los microemprendimientos no pueden escapar al imperativo de la creación de valor para reproducir sus vínculos sociales. Esto significa que, aún dentro de éstos estrechos límites en los cuales se pretende mantener a las empresas, es el movimiento de la relación social autonomizada, es decir, es la ley del valor la que va a presionar (vía precios) a los microemprendimientos a adaptar sus productos, la cantidad a producir y su precio a las necesidades impersonales del movimiento autónomo que los domina.

Este movimiento simplemente no comprende que la supuesta libertad que pretende para las empresas pequeñas se fundamenta en su sometimiento a las potencias sociales del producto de su trabajo, es decir a sus mercancías ¿Por qué el trabajador debe comportarse frente a su propio trabajo o su propio producto como si estuviera ante una propiedad ajena? No se puede responder a esto desde el cooperativismo porque todos los intentos por conciliar lo imposible parecen ser el producto de una decisión política ya tomada de antemano: el respeto a la propiedad burguesa de los medios de producción. Así, en lugar de proponer que los trabajadores se apropien del producto de su propio trabajo objetivado y concentrado durante generaciones bajo la forma de capital y, sobre esta base material, desarrollen las condiciones para abolir su enajenación respecto del mismo, la ‘economía social cooperativa’ les aconseja abandonar toda lucha por resolver esa enajenación histórica en tanto obreros. Es más, aconseja que, en tanto se mantengan como un atributo subjetivo del capital, su emancipación no tiene perspectivas históricas porque restringe sus luchas a cuestiones ‘corporativas’. Al contrario, les propone a los obreros una fuga de su enajenación por medio de una versión romántica de la pequeña producción mercantil basada en el despotismo de las relaciones familiares como la base material de la igualdad y la libertad. Ni a Adam Smith se le hubiera ocurrido semejante cosa.

Siguiendo esta línea, todo el edificio argumentativo que lo lleva a proponer la economía social como alternativa al capital se basa en presuponer la falta de causalidad entre la forma de organización de la producción a partir de su fragmentación en productores privados independientes y la lógica de acumulación de capital. O, por lo menos la existencia entre estas dos de una determinación secundaria que podría ser corregida desde la acción del Estado o de la moral. Al respecto podemos afirmar con seguridad que la teoría de la economía social niega gran parte del trabajo de reconstrucción teórica de las formas necesarias en las cuales se desarrolla el movimiento del capital que realiza Marx. Ya que este se basa justamente en el esfuerzo por desentrañar las causas profundas que ligan la fragmentación privada del metabolismo social con el surgimiento del capital como relación general autonomizada. En definitiva, podemos decir que, mientras que el cooperativismo pone todo su esfuerzo en escindir, por un lado, la carencia de una relación social directa entre los productores que coordina el trabajo social, y por el otro, la acumulación de capital – llamada simplemente la ‘lógica’ del lucro; el esfuerzo de Marx consiste en lo contrario, es decir, en reconstruir las determinaciones que ligan a ambos procesos para explicarlos como partes de una totalidad. Esto es, de qué forma específica se engendran mutuamente. En este punto, es interesante agregar que justamente en Marx la lógica de acumulación de capital no es analizada en su pura negatividad como hace la ‘economía social’ desde una posición ética que recuerda a las críticas que realiza la iglesia católica al capitalismo por ser un régimen ‘codicioso’, sino que es vista como un proceso que tiende a reunificar, luego de haber disuelto o subsumido toda relación social directa, a la producción en una base histórica superior que permite la posibilidad de la coordinación directa del metabolismo social. Podríamos decir que la acumulación de capital es la forma históricamente concreta mediante la cual, independientemente de toda intención individual por el infinito choque de los productores privados, las partes alícuotas fragmentadas de la producción tienden a una nueva unidad. La acumulación de capital que se impone de forma impersonal a los productores privados independientes, busca a sus espaldas una nueva regulación de la producción, no ya, como en las sociedades precapitalistas, sobre relaciones sociales directas de dependencia estrechas, sino sobre una relación social general y consciente. En este sentido podemos ver en el cooperativismo social una cierta naturalización de la producción privada independiente, ya que su crítica al sistema parecería centrarse más en la lógica de lucro que poseen las empresas privadas que en las condiciones sociales que producen y reproducen dicha ‘institución’ y los límites históricos que esta supone.

La propuesta de esta corriente se apoya también en una concepción del sistema capitalista un tanto extraña, en el sentido de que considera que el mismo nunca termina de funcionar sobre sus propias bases. Esto es una necesidad en su teoría, ya que ésta le exige la existencia de un lugar por fuera del capital. Esto lo vimos con la crítica que realiza al movimiento obrero en tanto atributo del capital como un aparato ‘corporativo’ dentro de una ‘esfera’ de la que hay que fugar. Si el capital ya ha realizado y desplegado toda su potencia histórica, no hay ningún afuera desde el cual construir una economía alternativa, ya que si esto no fuera así, todo intento quedaría subsumido a la totalidad. Esta necesidad de fugar del capital los lleva necesariamente a darle una enorme jerarquía al proceso de acumulación originaria. Se encuentran exigidos por su propia teoría al punto de plantear que éste mismo proceso continúa hasta el día de hoy. Esta hipérbole del capítulo XXIV del tomo 1 del Capital olvida que la importancia histórica de dicha acumulación no radicó tanto en ayudar a la concentración de la riqueza (cosa que ya existía) como en acelerar la disolución de los vínculos personales directos que permitían coordinar la producción en el marco de las relaciones de dependencia personal. Sin embargo, otra cosa que la economía social ignora es que, aún si no hubiera existido acumulación por desposesión, el capital como relación social se hubiese desarrollado a partir de una sociedad perfectamente igualitaria si esta hubiera estado organizada a partir de productores privados independientes, es decir si la circulación mercantil simple hubiese sido el principio que dotaba de unidad material a la producción social. Al respecto no es ocioso recordar los duros argumentos con los que Marx trataba a aquellos que proponían como la utopía social a una sociedad de pequeños productores mercantiles (Proudhon). En este sentido también es interesante el desarrollo que se realiza acerca del dinero en esta corriente ya que, por medio de imposiciones a su circulación, busca lograr la forma romántica de la sociedad burguesa por decreto al Intentar forzar a las formas sociales del capitalismo a responder a su forma idealizada como sociedad mercantil simple.

En definitiva, para Marx, el mercado, el capital, el estado, el dinero, etc. no son ‘buenos’ ni ‘malos’, sino que son. Es decir que son objetos portadores de necesidades históricas propias y su surgimiento y despliegue no es reducible a una decisión política o institucional. En su desarrollo el cooperativismo parece negar que los objetos sociales tengan una necesidad determinada. La referencia a su carácter de ‘instituciones’ parece surgir de la necesidad de considerarlos totalmente manipulables o suprimibles a voluntad. Por esto mismo es que los toma como realidades indeterminadas e insustanciales a las cuales se puede maniobrar para adaptarlas a determinados principios y hacerlas actuar de acuerdo a propósitos predeterminados. En este sentido, la importancia que tiene su caracterización ‘polanyista’ de la economía como un mera ‘institución’ radica precisamente en la negación del carácter autónomo de las relaciones sociales en una sociedad basada en los presupuestos del capitalismo. Este punto de partida metodológico a la hora de entender la naturaleza del objeto que estudia fuerza a su análisis a girar hacia el Estado en busca del poder que pueda reabsorber ese carácter autónomo por medio de la intervención directa. De esta forma, se termina pensando al Estado burgués por fuera de su razón histórica y se piensa en su forma ideal abstracta, de forma totalmente indeterminada. Por eso mismo, al plantear que todo Estado necesariamente se autonomiza al control social, se termina naturalizando la situación de fragmentación social propia de un modo de producción históricamente determinado, el capitalismo, y la adjudica a toda forma de Estado, aún a las que tienen por razón histórica superar la fragmentación que genera dicha alienación, es decir a un estado obrero. En este sentido, proyecta las determinaciones que el capitalismo impone a su forma estatal como naturales a toda formación histórica.


Tenemos entonces, que el proyecto de sociedad que emerge de la teoría del cooperativismo es uno en donde se intenta recrear una entidad comunitaria que produzca sólo valores de uso y que, circunstancialmente, desarrolle aumentos de la productividad si sus miembros así lo deciden. Empero busca hacerlo sobre la base del valor de cambio, es decir sobre el punto de partida de productores fragmentados independientes. Esto es a todas luces incompatible. Para que su propuesta funcione y pueda asegurar una forma de asignar la capacidad de trabajo hacia formas útiles, necesita de una coordinación consciente; cosa que niega al naturalizar el mercado sin cuestionar el valor de cambio[1]. Propone que la fragmentación productiva se mantenga en la circulación simple, pero preservando una voluntad que coordine el proceso productivo. Pero justamente la circulación simple presupone el abandono de cualquier coordinación del proceso productivo y su consecuente autonomización del metabolismo social bajo la forma mercancía. Su intento de mantener la fragmentación productiva propia de circulación simple y al mismo tiempo preservar una voluntad consciente que coordine los distintos momentos de la producción obliga a realizar una fuga hacia el Estado para que, cual figura paterna, marque ‘reglas de juego’ que la circulación simple es incapaz de realizar por su naturaleza anárquica. El autonomismo termina engendrando el bonapartismo estatal por su incapacidad de criticar la propiedad privada de los medios de producción. En definitiva no puede realizar lo que propone, porque su propuesta presupone una coordinación general de la producción que él mismo niega rotundamente al reconocer el intercambio simple como base económica de su sistema. Por esta razón necesita construir teóricamente una figura meramente instrumental - institucional del Estado y del mercado para que su propuesta posea coherencia lógica. Necesita teóricamente considerar que toda forma social es una ‘institución’ para así ignorar la base material que determina la autonomía de los vínculos sociales (reificación). Su punto de partida es la negación de la naturaleza del objeto que estudia. La autonomización del mercado se desarrolla de acuerdo a las condiciones materiales que lo producen, es decir debido a la necesaria fragmentación de los trabajos privados. En definitiva, para no seguir repitiendo argumentos, uno no puede elegir libremente las determinaciones del objeto de estudio que le parecen satisfactorias ignorando el conjunto de necesidades que presuponen a dichas determinaciones. No se puede armar por catálogo a un determinado objeto de estudio, sino que hay que tomarlo tal cual se desarrolla en sus formas necesarias en la realidad. A ningún médico se le ocurre aconsejar a sus pacientes vivir bajo el agua para evitar el cáncer de piel que provoca la radiación solar, ya que sabe muy bien que la forma determinada ‘ser humano’ tiene como necesidad el respirar oxígeno. Sabe que eso no puede simplemente ignorarse para así poder solucionar en la pura teoría el problema médico en cuestión. Lo mismo debería suceder en las ciencias sociales. Querer superar al capitalismo sin querer superar las necesidades que lo determinan históricamente no puede ser la base de una propuesta superadora de cambio social, de la misma forma que vivir bajo el agua no puede ser la solución al cáncer de piel.

[1] O mejor dicho sin desarrollarlo en todas sus determinaciones, en toda su extensión, para así realizar una crítica superadora del mismo y no simplemente cuestionar las aristas le parecen ‘malas’ al tiempo que mantiene las que considera ‘buenas’.

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