Crítica al ‘Anti-imperialismo’
- pablosviajsk
- 13 ene 2021
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Sería bueno que la izquierda, además de ajustar cuentas con Trotsky, en algún momento se cuestione el mecanicismo vulgar leninista que, en relación a las condiciones para la revolución mundial, deducía de un axioma genérico aplicable a una totalidad una necesidad para cada una de sus manifestaciones concretas. La analogía de pensar a todos los países como ‘eslabones’ de una misma cadena es una forma limitadísima de encarar un problema mucho más complejo del que se imaginaba el revolucionario. Es falso partir de considerar a la revolución en un espacio nacional específico como una determinación simple del capital en tanto abstracción. Este tipo de vulgaridad deduce, sin ningún tipo de mediaciones, la "madurez" para el socialismo en Botsuana del desarrollo del comercio mundial o las potencias del capital en Europa, Estados Unidos y Japón. De este mecanicismo se deduce necesariamente que la revolución es posible en cualquier configuración concreta debido a una supuesta ‘madurez de la economía mundial’. Esta vulgaridad es una forma genérica y mecánica de encarar el problema de las mediaciones que existen entre las determinaciones simples y las complejas en el capitalismo, que termina pensando la posibilidad de que, en cualquier parte del mundo y sin mayor explicación, cualquier forma concreta específica de la clase obrera mundial es automáticamente portadora de potencias revolucionarias sin mayor trámite que el pertenecer al mercado mundial.
Otra de las formas ideológicas que se complementa con aquel mecanicismo para obturar la comprensión en la izquierda de la naturaleza de las revoluciones y del capitalismo actual es la referida al llamado ‘imperialismo’. El imperialismo como concepto no es más que una reelaboración con lenguaje marxista de la forma de conciencia ideológica nacionalista de la pequeño burguesía rezagada en la competencia frente a las enormes dimensiones que experimentaba la acumulación de capital a principios del siglo XX. La primera manifestación de esta forma de conciencia se sistematiza y populariza de la mano de Hobson, un progresista inglés laborista horrorizado por los grandes capitales, la injusta distribución del ingreso y las costosas intervenciones del gobierno inglés en las colonias. A principios de siglo escribió el libro sobre el que van a gravitar los desarrollos posteriores: "Estudio del imperialismo", el cual gira en torno a la idea de que los capitalistas de Inglaterra debían ir a buscar nuevos mercados porque tenían demasiada plata para invertir y en el país no podían porque no había suficiente consumo debido a los bajos salarios. Para invertir en el exterior era necesaria la preparación del territorio (seguridad jurídica) y por eso la situación desembocaba necesariamente en la intervención militar. La solución pasaría simplemente por una redistribución del ingreso en la metrópoli que haría innecesario el mantenimiento de un costoso imperio colonial. Desde entonces todo lo que hizo el marxismo de la segunda y la tercera internacional fue reelaborar estos conceptos de forma ‘crítica’, ya sea cambiando algunas cuestiones con fraseología sacada de los trabajos de Marx, ya sea cambiando la ‘base material’ que los producía (por ejemplo, en lugar del subconsumo propuesto por Hobson pueden ser los monopolios buscando ganancias extraordinarias o inadecuaciones en el esquema de reproducción del capital, etc) o especulando sobre su lugar histórico dentro del devenir del capital. Pero siempre el marxismo partió de esta forma de conciencia ideológica producida por el nacionalismo laborista británico sin cambiar los fundamentos. Es Hilferding (socialdemócrata tibio de origen pequeño burgués) el primero que traduce este planteo al argot marxista. Hace esto elevando las críticas puntuales de Hobson hacia los grandes capitales ingleses de ese momento a una nueva etapa histórica del capital. Para el suizo, el capital financiero y su corolario, el imperialismo, es consecuencia lógica del crecimiento medio de los capitales. La necesidad de financiación de los capitalistas con mayor poder de acumulación y su consecuente entrelazamiento con los bancos es caracterizado como un salto cualitativo en la acumulación de capital que transforma su naturaleza. Como el capital bancario ya no está ‘al servicio de la industria’, se presume que la dinámica del capitalismo cambió. En el fondo esta teoría no es más que la forma elaborada de la queja pequeñoburguesa sobre el dominio de la ‘oligarquía financiera’, representando al ‘capital ficticio’, sobre la burguesía industrial, el capital ‘real’. Así, el primer aporte ‘marxista’ a la teoría del imperialismo será achacárselo al nacimiento de capitales especulativos ‘malos’ que controlan a los grandes capitales y explotan a los pequeños deudores ‘sin producir nada’. De esta queja pequeñoburguesa parten todos los teóricos del imperialismo. Más allá de que Rosa Luxemburgo haya aportado su muy mala interpretación del imperialismo, el 99% de la izquierda va a aceptar la forma que Lenin le da a este debate. Es en Lenin donde esta reformulación en jerga marxista de la conciencia pequeñoburguesa pega un salto, ya que en este autor las consecuencias de esta posición se radicalizan en el análisis hasta alcanzar el paroxismo. Para Lenin la ‘esencia económica’ del imperialismo es lo que él llama capitalismo monopolista, que se define como un capitalismo en el cual los monopolios alcanzan una ‘supremacía total’ en la sociedad. Estos monopolios existen en las condiciones generales de una economía regida por la ley del valor, pero se oponen a ella, ya que al fijar precios extraen plusvalía del resto de los capitales más pequeños por medio de los mecanismos de mercado. Todo esto configura una etapa cualitativamente diferente de la anterior que denomina "fase monopolista del capitalismo", la cual expresa una transición al socialismo y el consecuente agotamiento histórico del capital como relación social. Por esto Lenin denomina al imperialismo "capitalismo moribundo" En esta nueva etapa, los capitales de los países desarrollados, incapaces de invertir en sus territorios (hipótesis subconsumista vuelve a aparecer), salen a la arena mundial a expandir sus inversiones por medio de la intervención militar. Esta interpretación terminalista del capital es retomada por Trotsky como la hipótesis de todo el programa de transición. La idea de que la era de los monopolios trae estancamiento de las fuerzas productivas, guerras mundiales permanentes y fascismo sistemático es el corolario de la forma leninista de leer al imperialismo como ‘etapa’. La forma de pensar el surgimiento de los grandes capitales [la moderna corporación y las sociedades por acciones] como el fin del buen capitalismo de "libre competencia", y como la "reacción en toda la línea" del sistema, es la conciencia pequeño burguesa radical en su máxima expresión. Trotsky la toma de fundamento para el programa de la 4ta sin ninguna crítica y la lleva hasta sus consecuencias lógicas: si estamos en la etapa de la putrefacción del capital, si las fuerzas productivas ya no crecen, y si los monopolios son la antesala al socialismo, esto debe reflejarse en la tendencia permanente a la revolución, solo desviada por la crisis del ‘factor subjetivo’. En consecuencia, el programa de transición, antes reservado sólo para momentos de extrema polarización revolucionaria, queda por defecto decretado de forma permanente y en toda situación. Sostenemos que la teoría del imperialismo que maneja la izquierda no es más que la forma de conciencia ideológica de la pequeña burguesía y de los capitales ineficientes. Desde ésta se pasa por conceptualizar que el centro de la dinámica de acumulación capitalista cambió de naturaleza y ahora pasa por el dominio de oligarquías financieras que violan las determinaciones generales de la libre competencia y acumulan a base de la manipulación, el robo y la explotación de los pequeños capitales dentro del país y fuera de él. Éste es el pensamiento del pequeño burgués que, viendo que no puede acumular en la escala necesaria para mantener un ritmo ampliado de crecimiento, despotrica contra el capitalismo al que necesariamente le busca alguna ‘trampa’, algo externo a la incapacidad de acumulación de su capital que explique su lugar marginal en el mercado. Entonces son los monopolios que no dejan crecer, son los yanquis, son los impuestos, es la competencia desleal de las ‘grandes cadenas’, son los altos costos laborales, etc. Es decir, la incapacidad de poder acumular a determinada escala es procesada en su forma invertida (ideológica) en el pensamiento de la siguiente forma: "No es que yo sea demasiado chico, es que ellos son DEMASIADO grandes". El corolario es la romantización del capitalismo de la ‘libre competencia’ en donde la escasa acumulación general aparecía ideológicamente como igualdad de oportunidades y donde la competencia era ‘limpia’ a través de los mecanismos impersonales del mercado. Por eso, el antiimperialismo no puede evitar tomar la defensa del campo político que expresa la alianza de la clase obrera sobrante que sólo puede reproducir sus condiciones de vida gracias los capitales nacionales rezagados frente al campo político de los capitales competitivos en ciertas ramas que pueden prescindir de la mayoría de la clase obrera nacional. Ninguno de los cuales es portador de la potencialidad de desarrollo de las fuerzas productivas, cabe aclarar. El antiimperialismo se presenta necesariamente (más allá de los deseos subjetivos de los participantes) como nacionalismo de izquierda. Obliga a pensar en términos de ‘nación’, es decir que une en suerte a los capitales pequeños con la clase obrera que explota frente al ‘gran enemigo’ común, en general proveniente de los centros de acumulación capitalista que poseen la cualidad de tener capitales que operan en escalas más grandes. Antiimperialismo es tomar la defensa del campo político que expresa la alianza de la clase obrera sobrante que sólo puede reproducir sus condiciones de vida gracias los capitales nacionales rezagados con éstos frente al campo político de los capitales competitivos en ciertas ramas exportadoras que pueden prescindir de ella. Al elegir ese campo se cae necesariamente en una matriz de la cual no se puede salir por la vía de la mera declamación subjetiva. Siempre el antiimperialismo es nacionalismo de izquierda.
Una de las principales diferencias de base entre el infantilismo anarquista y el marxismo para analizar lo real es que el primero se imaginaba los aspectos de lo social de forma caprichosa. Todo lo ‘malo’ del mundo era sostenido por cualidades caprichosas (mentira, violencia, engaño, etc.) y todo lo ‘bueno’ era inmaculado, libre de tensiones. Bastaba luchar contra lo ‘malo’ para que solo quedara en el mundo lo ‘bueno’. El marxismo, en cambio, intentaba reproducir lo real liberándolo del maniqueísmo moralista atomizante de la ideología de burgués pequeño impotente que tiene el anarquismo. Cada aspecto del mundo era un despliegue NECESARIO de sus premisas. Nada se sostenía históricamente por caprichos. No existían cosas "buenas" por un lado y "malas" por el otro, sino aspectos paradójicos que se suponían uno al otro y se superaban de formas nuevas. La vitalidad histórica de una realidad social sólo podía surgir de premisas materiales concretas y necesarias. Bajo el capitalismo esas premisas obligaban a pensar la realidad del mismo a partir de un sistema fragmentado que se coordina ciegamente a partir de movimientos autónomos y objetivos que se desdoblan en personificaciones de sus partes bajo la forma de clases sociales. Uno de los peores revisionismos de Marx que hizo Lenin en su teoría del imperialismo fue justamente sobre este aspecto. De golpe toda la historia del despliegue del capital quedó reducida a violencia y arbitrariedad entre ‘monopolios’. Un capitalismo en donde lo autónomo del sistema como totalidad quedó reificado en dos partes sueltas que giran sobre si mismas: Por un lado los monopolios que fijan autónomamente su ganancia por encima de la media, quitando así todo sentido a la tendencia decreciente de la tasa de ganancia o cualquier ley objetiva dentro del capitalismo y, por el otro, una clase obrera que opera ya sin límites objetivos ni históricos, limitada únicamente en la construcción del socialismo por su ‘consciencia’. Esto significó una vuelta a la barbarie teórica del anarquismo a la hora de reproducir lo real como una lucha de ‘lo bueno’ y ‘lo malo’ como dos realidades independientes que se chocan exteriormente. Una inversión ideológica impresionista que debió ser superada luego, pero que se sigue repitiendo de forma evangélica por parte de la izquierda. Fue y es un retroceso teórico enorme que lleva a la izquierda a pensar los momentos políticos como burdos planes coordinados globalmente por la burguesía mundial bajo la forma de ‘iniciativas estratégicas’ y a la acción de la clase obrera como limitada nada más que por la ‘crisis de dirección’.
El problema es de tal magnitud que lo arrastra también Trotsky, quien desde sus famosos "escritos latinoamericanos" considera al nacionalismo de las economías capitalistas improductivas como progresivo. No pueden dejar de pensar al nacionalismo como se piensa imaginariamente él mismo: como la ‘izquierda’. Esta corriente habla mucho de independencia política del nacionalismo pero piensan la política con su misma matriz. Si en lugar de pensar la política en términos de clases la siguen pensando con las categorías ideológicas invertidas de ‘Izquierda’ y ‘derecha’, o peor, de ‘nación oprimida’ nunca van a ser capaces de pensar políticas concretas para la clase obrera frente a los movimientos necesarios de la personificación política de la burguesía en sus desdoblamientos. Están atrapados en la matriz discursiva y política de la burguesía nacional como un ala ‘radical’ o ‘jacobina’, pero poco más que eso.
No sólo el transicionalismo trotskista o el ‘antiimperialismo’ son formas ideológicas ajenas a una consciencia crítica y científica. También debemos dejar de fantasear con la interpretación delirante de que el partido revolucionario se encuentra destinado a ser marginal durante casi toda su existencia para después en corto tiempo estar dirigiendo el Estado. Esa idea mágica de que todo es posible de la nada y que en cualquier momento el poder está a una crisis del alcance de la mano es una enorme estafa política a la juventud de los partidos. Sacando ejemplos excepcionales TODAS las revoluciones que llevaron partidos al poder operaron sobre escenarios radicalmente diferentes a la actualidad. Ya sea el colapso total de los estados por las guerras mundiales, ya sea una guerra civil prolongada de independencia y lucha contra un Estado invasor en un territorio sin hegemonía estatal de una burguesía nacional. Ese tipo de escenarios que caracterizaron a las revoluciones del siglo XX son ya inexistentes e irrecuperables. Los antiguos cuadros que se la pasaron repitiendo fórmulas y prometiendo la reedición del ciclo 1910 – 1950 estuvieron y están estafando con la idea de que ‘un puñado de militantes decididos pueden tomar el poder en un período corto de tiempo’. Son dirigentes que nunca intentaron desarrollar una idea ni intentaron pensar de forma creativa y científica las coordenadas básicas de su experiencia política. Si sirven de algo es para aprender lo que NO hay que hacer. Debemos estudiar todo de nuevo. Aceptar los datos de la realidad, leerlos con lo mejor del método del socialismo científico y sacar conclusiones concretas que puedan ser testeadas. Debe acabarse la cultura de los aplausos fáciles por repetir conclusiones que otros tuvieron en escenarios hoy inexistentes durante casi 100 años.
Tener una caracterización científica exige mínimamente decir cosas que puedan ser refutadas por algún dato de la realidad. Cuesta explicarle eso a gente que sostiene que las fuerzas productivas están estancadas hace 120 años. Tener una acumulación de caracterizaciones coyunturales acomodadas a la idea ‘catastrofista’ de que el capitalismo está en una etapa ‘terminal’ hace 120 años, la adhesión abstracta al ‘programa de transición’ y alguna batería de consignas no es un programa. Analizando el caso del PO , es un problema que un periodista autodidacta que ponía mucho empeño en sus caracterizaciones de coyuntura haya sido la mente descollante del partido y que esa cualidad le haya transferido una autoridad que permitió subsistir al mismo 50 años sin más ‘programa’ que la actualización y acumulación de sus análisis coyunturales. Altamira fue, paradójicamente, aquel que logró mantener la unidad de pensamiento y, al mismo tiempo, las condiciones para su imposibilidad por la falta de un programa real que aglutine a la militancia por fuera de su persona-programa. Cualquier persona que piense con su propia cabeza y sea crítica de su actividad tiene que ver eso como un problema, pero no sucede. Cualquier persona medianamente crítica no puede defender ciegamente un método que en más de 50 años sólo pudo agrupar a menos de algunas miles de personas. Debería decir: "Si después de todo este tiempo no estamos ni cerca del poder es porque estamos haciendo la mayor parte de las cosas mal. Claramente no tenemos una lectura científica de la Argentina. Repetir sentencias de Lenin y Trotsky para los ‘países semicoloniales’ y aplicárselas al país en lugar de elaborar un programa para la Argentina es una pereza intelectual que se termina pagando caro. Lenin decía que los revolucionarios que no valen para nada son los que creen que el abandono de una posición provoca desmoralización en la lucha. Que lo más dañino para los revolucionarios no son las derrotas sino el miedo a reconocerlas porque esto no permite aprender para modificar la acción permanentemente. Repetir las mismas recetas y la misma caracterización después de 80 años de intrascendencia absoluta y al mismo tiempo autopercibirse leninista es muy contradictorio. Es hora de superar ese tipo de análisis político en el cual todo desajuste y movimiento es interpretado como ‘crisis política’. Es un análisis que parece partir de un estado ideal de hegemonía total para definir a la política sin crisis. Luego, todo estado de la realidad que no se ajuste a este esquematismo es leído como crisis política o ‘crisis del régimen’. Parecen interpretar la política como un estado libre de caos, desplazamientos y luchas internas, para luego ver ‘crisis’ ante cada desplazamiento y lucha interna. Cada portazo que un político pega, cada candidatura resistida en un espacio, cada votación partida, etc. parece ser la antesala de una crisis política de importancia superlativa. Parece que se está todo el tiempo presenciando la disolución del orden político del capital a cada paso. El problema es que la lucha, el caos y el desplazamiento permanente de alianzas no es la crisis política. ES la política. Es la forma necesaria de existencia de lo político. No se puede estar en un estado permanente de impresionismo viendo como cada roce, cada zancadilla, cada portazo es un impasse determinante.
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