Crítica al Programa de Transición
- pablosviajsk
- 13 ene 2021
- 6 Min. de lectura
Con el fin del ‘estalinismo’ en el mundo y el supuesto acierto en las predicciones del trotskismo, uno pensaría que la corriente al fin podía prepararse para ver en primera fila cómo se desatarían las fuerzas revolucionarias en un mundo que ya llevaba más de 50 años de terminalidad absoluta, en donde no había lugar para la más mínima reforma y las tensiones sociales habían llegado a un quiebre fenomenal. Sin embargo ésta corri
ente no pudo más que asistir a la orfandad de su enemigo como un pobre espectador del avance de la democracia burguesa, las reformas y el desarrollo de todos los indicadores generales de producción y nivel de vida. Este papel puso aún más en evidencia la incapacidad del transicionalismo para avanzar teórica, práctica y organizativamente en la realidad política. Sin embargo no necesitamos situarnos en las décadas posteriores a la dis¿olución de la URSS para darnos cuenta de las fallas en la estrategia delineada por León Trotsky en el momento político más bajo de su vida. Hace tiempo ya que el programa de transición había dejado de sustentar sus bases en la realidad empírica y se sostenía por su fundamentación autorreferencial. Cada elemento del mismo sólo se justificaba porque remitía a otro del mismo programa y no a una contrastación empírica. Seguramente este tipo de lectura autista de su programa no estaba en los planes del mismo Trotsky cuando lo escribió. Pero no deja de parir un tipo de militancia que rechaza de plano la fundamentación empírica científica en sus análisis y se basta a si misma con el método autófago del recurso a la cita sobre alguna otra cita para interpretar otra cita... para justificar así su acción. Este aislamiento de la realidad material y autorreferencialidad lo que logra es reforzar el ya evidente fatalismo escatológico del transicionalismo. En algunas configuraciones nacionales ésta característica funciona como motor para que los militantes sostengan la militancia pero a cambio paga un precio alto, ya que éste mismo atributo es lo que bloquea a posteriori la formación cualitativa de militantes que sean capaces de pensar la realidad a partir de evidencias y elaborar estrategias políticas flexibles y nuevas. El problema con el Programa de Transición sin embargo es mayor, ya que no sólo se da en éste plano, sino en el hecho de que internamente carece de claridad elemental. Aún para su implementación mística y autorreferencial. Al rechazar la distinción entre programa mínimo y máximo debido a la suposición de la terminalidad del capital y la consecuente imposibilidad de obtener nada en el marco de unas fuerzas productivas agotadas, el programa se coloca en la idea de que toda demanda debe inscribirse en una política revolucionaria sin aclarar qué consignas serían imposibles de realizar bajo el capitalismo y cuáles no. Se clausura así la lucha política mínima como la conoció el socialismo de la II y III internacional. El problema con esto es que ese método de mínimo/máximo tenía un sentido. El querer inscribir a toda consigna en el marco de un puente directo al poder obrero conlleva el problema de que se pierde toda brújula respeto a la diferencia entre las consignas que preparan la toma del poder de las que presuponen la dictadura proletaria. Todo este tema más que importante queda sacrificado en el altar del carácter ‘transicional’ o de ‘puente’ que tendrían las consignas. Pero este sacrificio conjura una masa amorfa de enunciados incoherentes dirigidos a las masas que no tienen el más mínimo método. Algunos presuponen un poder obrero que no existe y otros no, pero apuntan a ‘formarlo’ espontáneamente en la propia lucha por la consigna. Esto pierde todo eje de intervención sistemático en la lucha política para pasar frenéticamente al método de consignas maximalistas descartables de un día al otro. Se razona que, de todas formas, en cualquier momento cualquier consigna puede ser justificada por el supuesto doble carácter de nuestra época: terminal del capital y transicional de las consignas. Una cosa es tener demandas transicionales adaptadas a situaciones particulares y excepcionales en un programa que prepara la acumulación política a partir del desarrollo metódico desde la relación mínimo/máximo. Pero otra cosa es tener un método que interviene en la realidad desechando el programa mínimo e interviniendo con consignas fantasiosas esperando místicamente que llegue del cielo la radicalización obrera por el mero atributo de la imposibilidad de éstas para realizarse. Toda la lógica del transicionalismo no es más que la implementación de un atajo (sospecho que la desesperación política del revolucionario ruso debe haber jugado un rol allí). Es el intento de hacer que el proletariado llegue rápidamente a conclusiones revolucionarias por medio de la agitación hacia una acción radical buscando saltearse todo el largo período de lucha ideológica y política que habilita un programa mínimo que prepare esas condiciones. El pensamiento crítico no tiene nada que ver con esa idea de ‘transicional’ que maneja el trotskismo. Es puro subjetivismo y voluntarismo derivado de una visión mecanicista que escinde los ‘factores objetivos’ de los ‘factores subjetivos’. Aunque detesto la cita de autoridad no es ocioso señalar que en la III internacional no existía la locura de ‘programa DE transición’, sino la posibilidad de incorporar consignas transicionales específicas a la nación en un programa de estructura marxista ‘clásica’ (mínimo/máximo). Toda idea de buscar una especie de ‘antepasado’ del programa DE transición en Lenin es fantasiosa y un grosero sobredimensionamiento del lugar que ocupaban estas consignas. En definitiva, lo más importante a todo esto es ¿Qué saldo nos deja la agitación transicional en 80 años de aplicación? ¿En qué lugar del planeta un partido trotskista logró sostener una construcción basada en ese tipo de agitación? ¿Dónde fue aplicado el ‘control obrero’ como fruto de una agitación partidaria? ¿En qué lugar del mundo las masas laboriosas tomaron en sus manos al menos una consigna transicional? ¿Qué balance real se hacen de las consignas? Los partidos que adhieren al programa de transición tienen el anticuerpo para hacer balances cambiando sin ningún criterio una consigna por otra. Algunas veces, en el extraordinario caso en el que se deslice algo parecido a un balance, siempre es el mismo: El fracaso de la consigna se debe siempre al ‘desvío’ provocado por el enemigo.
La matriz del Programa de transición es una máquina de crear ligas de propaganda que buscan atajos para hacer política partiendo del error de que las fuerzas productivas están estancadas. Los que adoptan esta postura piensan que todo proceso de lucha de clases plantea casi inmediatamente el socialismo porque el capitalismo está en etapa ‘terminal’. Creen que de cualquier estallido se crean las condiciones para una irrupción revolucionaria. En su infantilismo son incapaces de entender que en el capitalismo todavía hay lugar para reformas. Que estas se procesen a partir de la lucha de clases es algo necesario a cualquier movimiento dentro del capitalismo, pero de ninguna manera significa que planteen el socialismo de forma casi inmediata. Este tipo de razonamiento basado en textos sagrados pero no en evidencia (hace 40 años que no hay UNA revolución) es una escuela de pensamiento mágico. La supuesta terminalidad los lleva a apostar a un espontaneísmo mecánico que necesariamente los arrastra siempre detrás de los acontecimientos para terminar poniéndole el cuerpo a las luchas interburguesas desde la elección de alguno de los lados (preferentemente el nacionalista en los capitalismos de pequeña escala). Esto es todo lo opuesto a la ‘independencia política’, ya que se apuesta a una jacobinizacion ciega de un proceso que mecánicamente se identifica como expresión de la terminalidad del capitalismo. De ahí que literalmente no se tome en cuenta ni el problema del partido, ni el del estado de consciencia concreto de la clase obrera para plantear política, ya que mecánicamente todas estas cosas se van a terminar resolviendo ‘en la lucha’. Una escuela de buscar atajos.
Claramente todos estos problemas se magnifican en las campañas electorales, en donde se improvisan una serie de ‘puntos’ pomposamente llamado ‘programa’ electoral. En cada caso esos puntos son una fórmula refrita hace más de 60 años. No pueden abrir ningún proceso de radicalización ni sirven para hacer campaña. No es un programa en el sentido marxista porque no parte de ninguna caracterización real. Son consignas preformateadas a cualquier situación. El problema básico es el siguiente: si hace más de 60 años de insistencia con estos ‘programas’ no se pudo construir un partido obrero como fuerza política ¿Qué cambio radical se ve hoy en la situación que permita decir que seguir haciendo lo mismo va a funcionar? Porque la enorme historia de rupturas, más que al oportunismo o a cuestiones contingentes, se debe al desgaste de tener una praxis durante décadas sin obtener más que resultados marginales, sin ser más que un error estadístico. Claramente la praxis respecto a la realidad debería hacer tomar decisiones y replanteos radicales. Debería tener a toda la militancia pensando. Y la realidad es que los partidos existen en modo crucero, de congreso en congreso debatiendo pequeñas actualizaciones a los mismos planteos que ayer no funcionaron. El mayor pecado para un revolucionario, decía Lenin, no es equivocarse sino persistir en el error. Hace más de 60 años se persiste en el error. Lamentablemente el conservadurismo habita en los programas revolucionarios y la audacia habita en los programas conservadores.
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