El capital en Marx y los austríacos
- pablosviajsk
- 11 feb 2021
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En los planteamientos de la economía neoclásica se considera capital al conjunto de bienes terminados que se utilizan como medios (input) para producir un bien a futuro. Esta definición, si bien parece sencilla, acarrea muchos inconvenientes. El más evidente remite a la heterogeneidad de bienes que la definición integra. Desde una computadora hasta un lápiz puede ser considerado capital, y la forma objetiva de medir sus magnitudes es, al mismo tiempo, heterogénea. En este punto, realizar un cálculo sobre la masa de capital resulta imposible. De ahí que necesariamente esta definición obligue a abandonar toda medición de capital que no sea la de adjudicarle una determinada cantidad de unidades monetarias. El gasto en bienes de capital aparece entonces como todo residuo monetario luego de remunerar al factor trabajo. La definición vaga de lo que se considera capital obliga a abordarlo desde un punto de vista puramente empírico. Estos problemas de base se arrastran a la hora de determinar cuál es su productividad marginal, que conceptualmente no es otra cosa más que la magnitud en la cual aumenta el producto dada una unidad adicional de capital. Pero volvemos al problema del principio ¿qué entendemos por ‘una unidad más’? ésta no puede ser otra cosa más que una unidad monetaria, ya que, como dijimos no se puede homogeneizar en una unidad única la cantidad de bienes que se consideran como capital. En definitiva, la productividad marginal del capital representa una magnitud poco clara, ya que terminaría por referirse al aumento del producto por cada unidad monetaria adicional agregada luego del pago de salarios.
Los austríacos abandonan de plano este tipo de conceptos confusos y empíricos. Ellos distinguen, por un lado, al capital en tanto concepto y, por el otro, a los bienes de capital. Desde el punto de vista del concepto, el capital representa la idea más importante del cálculo económico. Para estos autores no es más que una herramienta mental que permite al empresario distinguir entre medios y fines. Es decir, diferenciar entre aquellos bienes que el sujeto deja para atender futuras necesidades y aquellos bienes que el individuo pretende destinar a la satisfacción presente de sus necesidades. La diferencia entre invertir y consumir no es más que otra palabra para medios y fines. En definitiva el capital no es más que aquellos bienes procedentes de una producción anterior que, en lugar de ser destinados al consumo inmediato, lo son a la producción futura con el objetivo de incrementarla. La suma de los precios de mercado de esos bienes es el capital. Si aquello que consumo inmediatamente supera la renta, tendremos consumo de capital, si, por el contrario, la renta es superior al consumo, tendremos ahorro. Sin embargo, no todo ahorro es capitalista, ya que éste “pretende reforzar la productividad de la actividad humana [el empresario] acumula, a tal fin, bienes de capital para invertirlos en ulteriores producciones, no constituyendo simplemente reservas para posterior consumo. El beneficio que el ahorro común reporta consiste en poder mañana consumir bienes que otrora no lo fueron y que se reservaron precisamente para tal ulterior empleo. Las ventajas del ahorro capitalista consisten en incrementar la cantidad de bienes producidos”[1]. Tenemos así descrito el ciclo de la acumulación de capital para los austríacos. Como vemos, para estos autores, a diferencia de los neoclásicos, el capital no intenta definirse a partir de una suma de cosas (monetizadas), sino más bien, como una actitud mental frente a las cosas. Esa actividad mental necesariamente debe corresponder con una economía capitalista donde es posible el cálculo económico. De nada sirve – observa la escuela austríaca – independizar el concepto de capital del cálculo monetario, sólo existe en una sociedad en la cual personas pueden elegir libremente cómo evaluar sus acciones en términos cuantitativos.
La definición del valor del capital como factor de producción es definida por los austríacos también a partir de la subjetividad. El precio de los bienes de capital reflejará necesariamente, como en cada bien, el valor que las partes atribuyen a su potencialidad para satisfacer necesidades. En los austríacos, debido a que centran todo su planteo en la subjetividad del consumidor final, es la demanda del bien de consumo (de primer orden) aquella que determina la urgencia por poseer los medios de producción necesarios para producirlo, y, en definitiva, su valor. A diferencia de los neoclásicos, no atribuyen al capital ninguna productividad de la cual pueda derivarse la justificación de la ganancia[2]. El factor de producción vale porque brinda determinado servicio para la producción de un bien final, y es el valor que las personas atribuyen al servicio que brinda para producirlo lo que determina el precio del factor de producción. Una vez abonado ese valor dinerario no hay residuo posible por encima de los servicios que el factor rinde del cual pueda surgir ganancia[3]. De hecho, para la escuela austríaca, los bienes de capital ni siquiera son un factor de producción independiente. La fuente de la riqueza es el trabajo y la naturaleza. Los bienes de capital no son más que los factores de producciones futuras producidos en el pasado por el trabajo y la naturaleza. La así llamada productividad del capital es, para esta corriente, nada más que un efecto que se produce por la diferencia temporal de precios. La diferencia de precio entre un bien y la suma de los precios de los factores de producción complementarios para producirlo se debe a una circunstancia temporal. El bien de capital sirve, en este sentido, como un medio para acelerar temporalmente la producción de determinado bien que se piensa valdrá más a futuro. Cuando esta diferencia es positiva el bien de capital aparece como portador de una ‘productividad’ propia que no es tal. El poseer bienes de capital no es más que una ganancia de tiempo que me permite alcanzar fines cada vez más remotos sin restringir mi consumo presente. En definitiva, el concepto de bienes de capital gira, para los austríacos, en torno a la idea del tiempo. En particular a la idea de que toda producción conlleva tiempo, y que los bienes de capital son aquellos que sirven para acortar esos tiempos. En este punto volvemos al principio. El capital, visto desde la escuela austríaca no es más que un concepto praxeológico, un modo de contemplar una acción a futuro. Es ponderar a determinados bienes como medios para la producción a futuro por medio de la restricción del consumo presente. El capital es un tipo de elección, no una relación social.
En los planteos de Marx, el concepto de capital es totalmente lo opuesto a lo visto para la escuela austríaca. Es la relación social general que determina las formas concretas del movimiento de lo social en el modo de producción capitalista. En la medida en que el valor de cambio se generaliza y el trabajo que produce valor de cambio se impone, la sociedad necesariamente desarrolla al capital como relación social. Esto se impone por medio del impulso que las potencias del mercado imprimen a la disolución de las formas de organización del trabajo basadas en relaciones directas de dependencia, es decir, en la producción de valores de uso. Sin embargo, aunque las condiciones para que el capital organice la producción ya están presentes en las determinaciones más simples de una sociedad de intercambio, mientras se perpetúe el movimiento simple de los valores de cambio dicho proceso nunca puede devenir en capital. Mientras el dinero no logre su autonomía respecto a la producción y pase a representar la forma universal de la riqueza dicha independencia está destinada a desaparecer necesariamente al ser cambiada por mercancías en el intercambio simple. El dinero aparece aquí como un valor de cambio que se conserva a sí mismo en la circulación, adoptando una vez la forma mercancía, otra vez la forma dinero. Sin embargo, a medida que se desarrollan las determinaciones contenidas en esta forma simple, se desarrollan también las premisas para el surgimiento del capital como relación social. Cuando se instala la forma social de toda la riqueza como un atributo social inscripto en las cosas (valor de cambio), el mismo comienza a incluir a los propios medios de producción. En este punto, el proceso productivo se modifica sustancialmente transformándose él mismo en un momento determinado de la circulación general del valor. Partiendo de esta base se produce, con el tiempo, un cambio cualitativo decisivo, ya que el propio proceso de trabajo – presupuesto exterior hasta ahora respecto a la circulación – comienza inexorablemente a ser puesto como punto de partida por el propio valor de cambio. Con el desarrollo de la mercantilización de las relaciones sociales los medios de trabajo comienzan ellos mismos a ser valores que reproducen valores. El dinero, ya independizado como encarnación del valor va a convertirse en capital. Dadas estas condiciones generales y aun partiendo idealmente de una sociedad igualitaria[4], cualquier causa de disociación entre el trabajo individual productor de valores de cambio y la suma de valores como forma de la riqueza social crea ya los presupuestos para el surgimiento del capital como una relación social que se despliega sobre sus propias bases históricas, es decir, como la puesta en escena del puro trabajo vivo creador de valor, por un lado, y a la masa de valores muertos que funcionan como capital, por el otro. Una vez instalada la relación social del capital, la misma se desarrolla en una escala cada vez mayor a partir de las leyes de la propia producción capitalista. En su reproducción se registra permanentemente la conservación y reproducción de la separación entre el trabajo como atributo de la creación de valor y el valor como medio de control de dicho atributo. En este punto el capital se presenta como la relación social general materializada que organiza el trabajo con la finalidad inmediata de reproducir en escala ampliada esa misma capacidad de comandarlo. Es, en su determinación más abstracta, una masa de valores que produce valores. Además, la forma de existencia del valor como relación social necesariamente manifiesta su forma de existencia como la competencia de fragmentos autónomos que buscan reactualizar su nexo social fundamental a través de la realización social de sus trabajos individuales. Esta competencia necesariamente determina al capital como un régimen creador de plusvalía, es decir de explotación social. Las fuerzas ciegas de la competencia imponen a los fragmentos individuales de capital el extraer plusvalía al trabajo para mantenerse dentro del metabolismo social. El capitalista experimenta este mandato social como un imperativo psíquico. Como vimos, la escuela austríaca invierte la determinación operante explicando la sed de acumulación de origen psíquico como la causa de la existencia del capital, en lugar se ser su consecuencia. En el capitalista “el contenido objetivo de esa circulación —la valorización del valor— es su fin subjetivo, y solo en la medida en que la creciente apropiación de la riqueza abstracta es el único motivo impulsor de sus operaciones, funciona el cómo capitalista (…) como capital personificado, dotado de conciencia y voluntad. Nunca, pues, debe considerarse el valor de uso como fin directo del capitalista. Tampoco la ganancia aislada, sino el movimiento infatigable de la obtención de ganancias”[5]. Aquí vemos un concepto clave en el pensamiento marxista. Tanto el capitalista como el obrero, en tanto sus relaciones sociales permanezcan como algo ajeno a su control no funcionan más que como personificaciones de dichas relaciones sociales objetivadas. El capitalista personifica a una fracción atomizada del el movimiento autónomo del valor que se valoriza, y el obrero al movimiento necesario del trabajo vivo cuyas condiciones de existencia (producción y reproducción) pertenecen al movimiento mismo del capital como relación social total que los engloba a ambos. El aludido movimiento infatigable para obtener ganancias dota al capital de una potencialidad histórica propia que ninguna relación social personal directa podía nunca poseer. Al convertir al objeto mismo de la producción en la forma universal de la misma, el capital impulsa al trabajo más allá de los límites de su necesidad natural fundada en el consumo de valores de uso y crea así los elementos materiales para la superación del trabajo coercitivo mismo. Su compulsión a crear plusvalía con el objetivo de explotar el trabajo humano directo pone en el capital el imperativo de crear al mismo tiempo, como condición necesaria, tiempo libre para poder explotarlo.
En los modos pretéritos de producción, el desarrollo de las fuerzas productivas se encontraba determinado por la necesidad de aumentar la cantidad de ciertos valores de uso o crear nuevos de acuerdo a las necesidades dadas por una determinada situación histórica concreta (expansión de un imperio, protección frente a ataques, incorporación de terrenos a la producción por exceso demográfico, etc.). Es decir que las fuerzas productivas se desarrollaban por factores de tipo cualitativo que trastocaban muy lentamente las capacidades del trabajo humano. En el capitalismo la necesidad de aumentar la producción se orienta a la utilización de los medios de producción para la extracción de trabajo humano bajo la forma de plusvalor. Su objetivo es puramente cuantitativo, por lo cual no tiene límite. La creación de tiempo libre se vuelve necesaria como condición para la extracción de ese mismo plustrabajo. El desarrollo de las fuerzas productivas orientado por el valor de uso no podía, por su naturaleza, aumentar el tiempo libre, ya que su objetivo era unilateral. La orientación de la producción hacia la extracción de plusvalía pone toda la ciencia y las capacidades humanas al servicio de la liberación de tiempo en la jornada laboral con el objetivo de aumentar la cuantía de la plusvalía apropiada por la clase capitalista. Es en este sentido que el marxismo considera que el capital ha sido productivo. Lo considera como una relación esencial para alcanzar un desarrollo de las fuerzas productivas sociales que permita anular el trabajo como necesidad social, basándose justamente en la cantidad de tiempo libre creada por la compulsión que posee el capital de explotar el trabajo directo. El capital, entonces, cesa de ser productivo, por la misma razón, en el momento en que el desarrollo de esas fuerzas productivas halla su límite en el capital mismo. Cuando la expulsión del trabajo humano directo ha llegado a un umbral en el cual los fundamentos de una sociedad basada en la explotación del tiempo excedente se convierten en una base muy estrecha para el desarrollo humano ulterior. Este proceso histórico del capital se manifiesta en sus formas cosificadas como la tendencia del capitalismo a expulsar de la producción a la fuente misma de su lucro, es decir, como la caída tendencial de la tasa de ganancia. En la escuela austríaca, sin embargo lo único que se dice al respecto es la repetición de un axioma según el cual los medios de producción siempre y en todo momento serán escasos debido a que las necesidades se consideran como una masa tan voluble que sería imposible satisfacer nunca en ningún momento de la historia. Se parte de esta premisa para poner a los medios como siempre escasos y, sobre esta base, colocar la utilización racional[6] que hace de ellos el capitalismo como la única alternativa históricamente viable. Esta escuela parece congelar al capitalismo en el desarrollo de las fuerzas productivas que permiten su movimiento ascendente, sin ver que esas mismas condiciones son anuladas históricamente por dicho movimiento. Al fijar las categorías económicas como formas absolutas no consideran que el movimiento mismo del capital determina que la creación de la riqueza real (valores de uso) cada vez se aleje más de su hipótesis de escasez absoluta y ahistórica, al volverla menos dependiente del tiempo de trabajo humano directo; haciéndola obedecer cada vez más al estado medio de la ciencia y de la tecnología. El hombre, en la medida en que el capital llega a su límite histórico, cada vez más se comporta frente a sus condiciones de producción como un supervisor general antes que un humilde servidor. La apropiación de tiempo ajeno de vida se presenta progresivamente como una base mezquina de desarrollo social. La propia ley del valor como organizador del metabolismo social se despliega negándose a sí misma. Tenemos entonces que el capital se ve obligado a crear tiempo excedente que se transforma necesariamente, bajo sus presupuestos, en plusvalía. Al apropiarse y controlar esa plusvalía el obrero colectivo continuará con el movimiento histórico del capital pero invirtiéndolo, al poner al mismo a disposición de la creación de tiempo excedente. El socialismo invierte los términos dejados por el capitalismo: en lugar de crear tiempo libre –excedente – para apropiarse del trabajo ajeno que este liberaba bajo la forma de plusvalía, los obreros se apropiaran de esta para asegurarse la creación de más tiempo libre, aboliendo en este movimiento al trabajo mismo. La medida de la riqueza deja de ceñirse a la estrechez del trabajo ajeno y se fundamenta en la extensión del tiempo liberado con el que cuenta el individuo social.
Por último, visto desde la crítica a la economía política, considerar al capital como una cosa corresponde a la forma de pensar que ve en lo inmediatamente empírico el fundamento de lo real. Tomar la simple materia del capital como el capital mismo y así dejar de lado las determinaciones formales que convierten a esas cosas en capital, equivale a reducir el mismo a un instrumento de producción como pretenden los economistas austríacos. Esto corresponde a decir que el capital existió en todas las formaciones sociales desde el origen de los tiempos. Esta escuela sale del aprieto de semejante proposición proponiendo la idea según la cual es el cálculo económico lo que convierte a determinados medios en capital. La esencia última del capital, en esa escuela, radica entonces en el uso ‘racional’ de esos materiales debido al cálculo económico. Mediante este expediente, la escuela austríaca también mantiene el concepto de capital como una relación social antes que una cosa, debido a que la existencia del cálculo económico que posibilita la existencia del capital es ella misma un fenómeno social. Pero esa relación termina siendo reducida, como no podía ser de otra manera en los austríacos, a una mera relación individual contenida enteramente en el sujeto actuante que, partiendo de la existencia del cálculo económico como realidad externa, convierte a esas cosas en capital y no a una relación social objetiva que organiza la producción y el consumo.
[1] Von Mises, Ludwig. “La acción humana: tratado de economía”. Pág.779. [2] Al respecto ver las críticas que realiza Böhm Bawerk a las teorías de la productividad en el libro II de su obra Capital e interés. Tema que en profundidad excede a este trabajo. [3] En todo caso un factor con una productividad por encima de la media dejará un residuo como renta, pero eso ocupa a la teoría de la renta para la escuela austríaca y neoclásica, que no trataremos aquí. [4] Presupuesto totalmente indeterminado, ya que, como se sabe, la decadencia del feudalismo como condición histórica concreta de formación del capitalismo distaba de ser una sociedad de pequeños productores mercantiles en pie de igualdad. [5] Marx, Carlos. “El Capital: Crítica de la economía política”, Siglo XXI, México, 2008.Tomo I vol. I. Págs. 186 – 187. [6] Racional bajo sus presupuestos, claro.
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