El Capital y el cooperativismo
- pablosviajsk
- 23 feb 2021
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Para la corriente cooperativista el capital aparece como una lógica que se opone al trabajo autónomo y domina sus potencias. En este sentido, la propuesta de la economía social pasa por liberar dichas potencias al situar a los trabajadores como productores asociados centrados en el trabajo. De esta forma éstos, en condiciones diversas de asociación, lograrían autonomizarse lo suficiente para así construir otra racionalidad en la economía que se oponga a la del capital. En este sentido, la economía social puede pensarse como una red de empresas cuyo objetivo sea reemplazar a la lógica de acumulación en sentido capitalista por una sin fines de lucro cuya lógica sea la reproducción de la vida de sus miembros con determinados niveles de calidad de vida. En concreto se reconoce que la llamada economía social representa un conjunto inorgánico de actividades que no ha alcanzado una masa crítica que impida su subordinación al capital. De allí se propone como programa frente a este problema la transformación de esta economía en un subsistema orgánicamente articulado que se oponga al capital como lógica. La idea rectora en este sentido sería extender lo más posible las redes de microemprendimientos para ir ejerciendo ‘poder’ en el mercado, y así, subsumir progresivamente al capital a la producción de valores de uso en un marco de reproducción simple. Sin embargo surge una pregunta lógica ¿Cómo capitales pequeños sin capacidad de acumular pueden competir con los costos de producción del capital que opera en altos niveles de concentración? La respuesta llega de dos lados. Por un lado se apela a los consumidores a que consuman con una moral superior y que gasten más dinero en productos hechos por estos microemprendimientos. Si esto no es suficiente, entonces se llama la atención sobre un hecho conocido respecto a las pequeñas empresas que funcionan con mano de obra familiar: la capacidad de operar en condiciones de costos que los grandes capitales no poseen. Al respecto Coraggio señala con esperanza que “este margen de ganancia que no reclamarían los emprendimientos familiares (…) o la posibilidad de subsistir con ingresos menores por hora de trabajo, les da una franja de competitividad para compensar en parte la menor productividad física”[1]. Esto significa, palabras más, palabras menos, que las pequeñas empresas familiares no deben preocuparse por desaparecer del mercado, ya que pueden competir en costos con los capitales más grandes debido a su capacidad para someter a su mano de obra a niveles altos de sobreexplotación por medio de métodos de dependencia directa. Resulta difícil comprender cómo puede fundarse una economía del ‘buen vivir’ con trabajadores sometidos a jornadas laborales más extensas y remunerados a un valor menor que el promedio de los capitales que operan en la rama. En este punto se comprende la insistencia en la tan mentada ‘reciprocidad’ que se invoca continuamente. La dependencia de los niños, la esposa, el marido y los parientes en general al núcleo familiar crea condiciones de explotación únicas que no pueden reproducirse al interior de las relaciones ‘impersonales’ del capital más concentrado. Este pasaje es el mejor ejemplo de cómo la ley del valor, por mucho que le pese a la economía social, somete de forma concreta a las relaciones directas de producción basadas en la dependencia personal, más allá de la ‘ética’ con la cual éstas se pretendan reproducir. La necesidad de operar con los costos impuestos mediante la competencia por los capitales de concentración media, presiona al núcleo familiar a través de las relaciones de reciprocidad a someterse a las potencias sociales contenidas en la forma-mercancía. Aquí puede verse hasta qué punto quedan presos del fetichismo de la mercancía. Las fuerza del capital que se intentan conjurar por medio de los vínculos familiares directos y los mercados solidarios, vuelven a aparecer de forma indirecta por medio de las obligaciones colectivas que les impone la producción cosificada de su nexo social: vender la mercancía de acuerdo al trabajo socialmente necesario contenido en ella. Aunque ciertamente se reconoce este problema que carcome las bases de toda su propuesta, no se ve mucho reparo en él. Parece contentarse con exhortar a los microemprendedores a que se mantengan puros y no ‘introyecten’[2] criterios y valores del capital a sus empresas preocupándose por conceptos como los ‘costos de producción’, los cuales no deberían aplicarse a la economía familiar. Otra forma de intentar superar el inconveniente es pidiendo que el Estado nacional ejerza cierto proteccionismo local con las producciones realizadas en estas condiciones de explotación familiar. De esta manera se pretende que los trabajadores asalariados de una determinada región tengan que pagar más caro determinados productos que componen el valor de su fuerza de trabajo para así subsidiar con sus salarios las formas atrasadas de la producción capitalista, en aras de mantener la economía social.
El problema que estas propuestas cooperativistas tienen respecto al capital es la total incomprensión de que ya en la circulación simple se afirma necesariamente el dinero como el único elemento duradero, al cual se presentan diferentes valores de cambio y mercancías que se destruyen en el proceso. Y allí ya tenemos presente la primera determinación de lo que será el capital. Un valor de cambio que se conserva a sí mismo en la circulación, adoptando una vez la forma mercancía, otra vez la forma dinero. Entonces ¿cómo se llega desde aquí a un estado de cosas en el cual el derecho de propiedad se presente como el derecho al trabajo ajeno? Partiendo de esta base se produce, con el tiempo, un cambio cualitativo decisivo, ya que el propio proceso de trabajo – presupuesto exterior hasta ahora respecto a la circulación – comienza inexorablemente a ser puesto como punto de partida por el propio valor de cambio. Con el desarrollo de la mercantilización de las relaciones sociales los medios de trabajo comienzan ellos mismos a ser valores que reproducen valores, mercancías que producen mercancías. El valor de cambio pasa de ser producto del trabajo privado en condiciones indiferentes a la propia circulación, a convertirse en la sustancia que lo pone en movimiento. Muchas veces los que proponen este tipo de salida al capitalismo reparan en esto planteando que para que la circulación simple no devenga en capital ciertos bienes deben quedar por fuera de la esfera mercantil por medio de la coerción estatal. Al respecto se nombra particularmente la tierra. En este sentido, la desmercantilización de la tierra y su control por parte de las comunidades representa un pilar central en la pretensión de evitar el surgimiento del capital en la circulación simple. Sin embargo, la tierra no es el único medio de producción, excepto que se pretenda mantener a los microemprendimientos en el neolítico, ya que con el desarrollo de las potencias del trabajo humano, los medios de producción van siendo cada vez más variados. Además, ya un telar o una vivienda, o una simple máquina de coser, etc. son medios de trabajo y van quedando mercantilizados con el desarrollo necesario de la circulación simple. En definitiva, al transmutar el valor de cambio como la forma social de toda la riqueza, incluyendo a los propios medios de producción, el proceso productivo se modifica sustancialmente transformándose él mismo en un momento de la circulación general de mercancías. Es en estas circunstancias sociales que el capital entra a escena como unidad que subsume producción y circulación como momentos de un mismo proceso. Dadas estas condiciones generales y aun partiendo idealmente de una sociedad igualitaria cualquier causa de disociación entre el trabajo individual productor de valores de cambio y la suma de valores como forma de la riqueza social crea ya los presupuestos para el surgimiento del capital como una relación social que se despliega sobre sus propias bases históricas.
En las condiciones de cualquier sociedad en la cual el valor de cambio se erige como la forma que adopta la producción de riqueza material, toda pérdida de la capacidad para reproducir el nexo social materializado (medios de producción) presupone para aquel que lo pierde dos posibilidades: o se destruye su capacidad para reproducirse como ser genérico humano (ser social) o enajena su fuerza de trabajo para producir propiedad ajena (valores de cambio). El capital se configura entonces como la propiedad de una suma de valores convertida en la capacidad de dominar y comandar el trabajo ajeno con el objetivo de reproducir la relación social materializada que permite dicho comando en un estadio superior (reproducción ampliada). A esta altura ya tenemos la relación social capitalista plenamente desarrollada. El capital, entonces es siempre el despliegue máximo de la enajenación que ya se encuentra inscripta en el régimen de producción basado en el intercambio simple. Es el trabajo objetivado sometiendo como fuerza autónoma al trabajo vivo para su propia valorización. El vehículo de la relación social materializada, el dinero, se transforma así en el sujeto concreto de la producción y el consumo social, reproduciendo, por un lado, al trabajo como pura subjetividad empobrecida y, por el otro, una determinada suma de mercancías como pura objetividad capaz de comandar al trabajo. Todas las potencias del proceso productivo se convierten así en potencias del capital. El mismo no sólo ya presupone la disociación de la masa de valores frente a la capacidad viva de trabajo, sino que dicha disociación se convierte en el producto del propio proceso de trabajo y se actualiza con cada nuevo ciclo de la producción. Esta caracterización se opone a la que maneja la corriente de la ‘economía social’. En este sentido, el capitalismo no sería una forma históricamente determinada de reproducción social, sino una lógica que sigue un despliegue autónomo a la misma. De nuevo, vuelve a aparecer la fragmentación entre el capital y la sociedad, entre la ‘economía’ y ‘lo social’. Para ellos la competencia no es parte necesaria de la naturaleza fragmentaria del proceso capitalista de producción, sino que es una lógica, junto con la solidaridad o la cooperación. De esta forma, su propuesta de superación de la competencia no se basa en superar las condiciones materiales que la imponen, sino simplemente en inculcar dichos valores a los productores[3].
En este punto debemos preguntarnos ¿es posible evitar en un régimen mercantil la reproducción ampliada de plusvalía? Sobre la base de lo dicho podemos decir, con Marx, que no, que las circunstancias que configuran necesariamente al régimen mercantil reproducen las condiciones de explotación de la fuerza de trabajo. Entonces ¿es posible pretender que un régimen basado en la propiedad privada imposibilite a alguien la explotación del trabajo? En principio es imposible, ya que la regulación indirecta de la producción que presupone la propiedad privada impide la imposición de una voluntad sobre los productores privados independientes. Para que esto sea posible será necesario un modo de producción basado en la regulación directa del trabajo social. En estas condiciones, a la única voluntad que podríamos recurrir sería a la individual. Deberíamos poder convencer a todos los productores para que adopten los criterios de la economía social. En cierta forma podemos ver esta apelación en el cooperativismo ya que para éste toda la diferencia entre una empresa capitalista y una no-capitalista reside en la decisión ética individual de no obtener ganancias de la actividad y usar el excedente para mejorar la calidad de vida de sus trabajadores. Pero en definitiva ¿Cómo imponerles a los individuos que explotan trabajo la voluntad de producir con estos criterios? Al respecto la economía social parece oscilar en la confianza entre dos voluntades. Por un lado descansa sobremanera en la capacidad del Estado para ‘disciplinar’ al mercado. Por el otro, este disciplinamiento provendrá también de la coacción que el propio crecimiento económico del tipo de empresas sin fines de lucro le impondrá a las ‘capitalistas’ a través del dominio del mercado. La economía social parece proponer que, una vez que la totalidad de reproducción social sea hegemonizada por esta ‘moral’ empresarial, el capital como relación social será abolido.
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