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El ecologismo

  • pablosviajsk
  • 13 ene 2021
  • 19 Min. de lectura

Actualizado: 24 ene 2021

Otra forma de consciencia invertida que de a poco parece tomar la posta de las anteriores en Argentina es el llamado ‘ambientalismo’. Este tipo de ideología es una reacción frente a la expansión de las fuerzas productivas. Sus presupuestos nunca pasan de ser formas más o menos refinadas de las viejas tesis de Malthus acerca de los recursos. Parten de considerar a los mismos como una magnitud fija e inamovible de la misma forma que la propia naturaleza toda se coloca en una posición esencialista intocable. Sobre esta base se pueden entender los postulados neomalthusianos decrecionistas del ambientalismo. El problema, sin embargo, es que este tipo de ideologías empieza a abrirse paso por los programas ‘críticos’ de los partidos marxistas. Que un materialista adopte la visión romántica anticientífica de la ‘armonía’ con la naturaleza es preocupante. Por más que a esa noción reaccionaria le agregue un supuesto control obrero. Este tipo de conciencia es el producto de gente urbanizada que piensa en ’la naturaleza’ como un bosque de coníferas patagónico idealizado. Para que se entienda, es necesario recordarles que la ‘naturaleza’ no es más que la pura necesidad carente de libertad. La naturaleza no es más que un soporte fisico-químico para que su momento consciente se expanda. La naturaleza es tener 7 hijos para que se te mueran 5 y colapses a los 40 años de una sepsis generalizada por una caries. La ‘naturaleza’ es morirte de paludismo en el medio de una choza en el Amazonas. La ‘naturaleza’ es que el 20% de tu tribu quede muerta de inanición porque ese año no llovió suficiente. El producto de la romantización de lo natural y su correlato malthusiano como producto de la conciencia urbana frente a las potencias del desarrollo de las fuerzas productivas es totalmente reaccionario en este sentido. Por otro lado es progresivo en la medida en que expresa la necesidad de la fuerza de trabajo de preservarse frente a sus potencias.

La conciencia ‘crítica’ de izquierda está compuesta por los mismos que se ríen con sorna frente a la idealización liberal del mercado como un espacio de intercambios armónicos entre individuos, pero luego son los mismos que no tienen reparos en plantear la posibilidad de un intercambio ‘armónico’ entre la naturaleza y el ser humano. Algo así como que el ser humano puede adaptarse a la ‘naturaleza’. Eso simplemente no puede existir como tendencia de la humanidad a largo plazo, ni desde el punto de vista lógico ni desde el punto de vista histórico. La especificidad de la vida es atrapar calorías de la cadena trófica para su metabolismo. Logra esto cambiando su propia biología, su ADN, a través de los mecanismos de la evolución. Cada nicho ecológico es ocupado a partir de un cambio físico radical que le permite a la especie aprovechar ese flujo de energía calórica proveniente desde el sol y que se mueve a través de los estratos más altos de la cadena, produciendo y reproduciendo así la existencia de moléculas organizadas complejas. La necesidad de la vida inconsciente es la híper-especialización. Hacia allí tiende todo el proceso evolutivo y ese es su callejón sin salida. Sin embargo va a ser esa especialización la que va a desembocar en una negación de sí misma al afirmarse. Fue en el momento de mayor biodiversidad de la historia del planeta, en donde mayor número de especializaciones existió, que el homo sapiens y sus antecesores inmediatos surgieron. Ellos son animales cuya especialización evolutiva justamente fue el no tener ninguna especialización específica para aprovechar los pocos nichos que la vida había pasado por alto. La evolución de las formas especializadas desembocó en su opuesto, en formas de vida natural que se desarrollaron como formas genéricas, no adaptadas a ningún nicho específico. Como seres cuyas posibilidades de supervivencia no dependen del tortuoso proceso ciego de mutaciones al azar para adaptarse, sino de la transformación de la materia que los rodeaba para obtener formas útiles en la medida en que esa misma capacidad de transformar la materia se lo permitiese. La naturaleza produjo así el trabajo social como una necesidad de su propio desarrollo. Sin embargo éste no puede adaptarse a los ritmos naturales porque su propia dinámica consiste en adaptar la materia a la satisfacción de necesidades. Su movimiento tiende a controlar y hacer reproducible aquello que aparece como contingente. Tiende a controlar la materia para adaptarla a algo que no responde a su movimiento espontáneo. Toda forma de trabajo social, en la medida en que se desarrolle y se expanda, es incompatible con las formas espontáneas de la naturaleza. No hay forma mediante la cual su expansión y necesidades puedan corresponder a los procesos incontrolados de lo natural. Ambos siguen lógicas contrapuestas, pero su mediación se presenta como algo necesario. Mientras más el ser humano desarrolla su especificidad natural como ser genérico carente de especialización, más choca con los límites que la naturaleza ciega le impone a ese desarrollo. La dialéctica implícita en el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo no es hacia la ‘preservación’ de la naturaleza, sino hacia su control consciente como metabolismo, hacia la negación de lo que hace a la naturaleza ser ella misma. El oportunismo ambiental de la izquierda produce mucha gente que se autopercibe marxista levantando supuestos maltusianos enmascarados en la famosa frase de Marx de los manuscritos filosóficos sobre que "la esencia humana se [convierta] para el hombre en naturaleza [y] la naturaleza se [convierta] en esencia humana del hombre". Los que lo plantean tal vez ni siquiera sepan que esa frase no es una apología de la ideología romanticista preservacionista que tiene el marxismo ‘ecologista’ que nos vende una naturaleza ‘virgen’ que el humano debería explotar ‘con cuidado’ para no ‘destruirla’. Si Marx era romanticista lo era del romanticismo hegeliano, al cual remite esa frase. Éste consideraba a la naturaleza en su esencia abstracta como lo negativo, como la falta total de libertad. Que la naturaleza se ‘convierta en esencia humana’ significa justamente que la sociedad, al ampliar las posibilidades de su metabolismo necesario con la naturaleza, la someta a su propio metabolismo de forma consciente, negándola así como naturaleza. Este proceso de someter de forma cada vez más decidida y consciente la reproducción de los ecosistemas a las necesidades de la sociedad, lejos de ser una característica negativa, es lo que marca, para Marx, la medida en que el hombre se ha convertido en ser genérico. La sociedad produciendo biomas ‘artificiales’ cuyo movimiento sea controlado y aprovechado por ella misma para la ampliación de sus propias potencias es lo que marca el grado de libertad que posee una sociedad. El movimiento progresivo es el de la victoria sobre la contingencia y la necesidad, es decir, sobre la naturaleza. La idea preservacionista romántica de que la naturaleza es algo que tiene su ‘propia vida’ y que hay que ‘respetar’ es un sinsentido que no corresponde con los fundamentos hegelianos básicos que manejaba Marx. Manipular de forma controlada y consciente todos los procesos contingentes de lo natural (evolución, fertilidad, genes, etc.) es la humanización de la naturaleza. Haciendo esto el hombre se vuelve él mismo LO NATURAL. Afirma a la naturaleza, pero hace esto negándola. Este es el sentido de la frase. Que la denuncia de barbaridades no nos retroceda al conservacionismo romántico contemplativo pre marxista. Las plenas potencias del humano como ser genérico son incompatibles con el ‘dejar hacer, dejar pasar’ con respecto a la naturaleza que plantea este marxismo conservacionista.

Estás formas de conciencia surgidas del capitalismo revelan que buena parte de la gente que se autopercibe de izquierda nunca superaron una concepción de lo natural fuertemente influida por metáforas pre hegelianas de la naturaleza. la visión platónica/aristotélica de naturaleza se tiende a pensar a la misma como un "orden" inmutable y equilibrado. Como una forma y estructura en perfecto balance que no es perfectible y se mantiene estabilizada por tiempos prolongados o hasta eternamente. También se tiende a considerar que ese ‘balance’ es el mejor posible tanto para los humanos como para la propia naturaleza (obviamente siempre considerados ambos como externos unos a otros). Básicamente la metáfora predominante en occidente acerca de la naturaleza puede resumirse en el apotegma: "Un lugar para cada criatura y cada criatura en su lugar". Esta metáfora ideológica de lo natural es imbuida desde la educación primaria hasta volverse un trasfondo incuestionable cuyo corolario es el pensamiento antihumano que parte de la premisa de que todo lo propiamente humano es ‘antinatural’ por definición. Que solamente las personas son ‘malas’ para la naturaleza y ésta solo puede ser la mejor versión de sí misma si los humanos no la ‘intervienen’. Casi la totalidad del ecologismo en tanto forma ideológica es un subproducto de esta filosofía. En este sentido éste no es más que una forma de religión laica antihumana que deriva necesariamente en malthusianismo, ya sea directamente pidiendo menos humanos o deseando que estos humanos consuman menos para minimizar el 'impacto'. La naturaleza, como señalamos, es pura necesidad. Son movimientos ciegos que no tienen un equilibrio predeterminado óptimo. La naturaleza siempre está en cambio y no existe la estabilidad más que como una forma pasajera del desequilibrio permanente. Las distintas especies son el producto de este estado mutante y de hecho lo requieren para seguir existiendo y cambiando. Lo natural no necesita ser ‘salvado’ de nada porque no hay una naturaleza estática que se reproduzca al infinito igual a si misma a la cual se pueda ‘volver’. No hay una temperatura ‘óptima’ para la tierra, ni una cantidad ‘óptima’ de especies, ni una cantidad ‘óptima’ de montañas, ni una cantidad ‘óptima’ de ríos... etc. Pensar, por ejemplo, que el pastizal pampeano ‘virgen’ es superior a la agricultura moderna en gran escala y que los humanos deberíamos tener que adaptarnos a la productividad espontánea de ese bioma cazando ciervos con lanzas de tacuara es el culto a la horda paleolítica. Es el culto a la animalidad. La izquierda debe repensar las analogías o las metáforas con las que encara la discusión de la cuestión ecológica para no reproducir la falacia de la ‘immutabili natura’ pero bajo control obrero. Ser consciente de las determinaciones operantes es algo muy bueno, especialmente porque si algún día toman el poder no van a poder hacer más que profundizar de forma más extrema y consciente el proceso de control de la naturaleza actual si pretenden llegar a algo parecido a la superación de lo existente. Y cuando se hagan centrales nucleares y agricultura con insumos químicos ‘bajo control obrero’ no van a poder explicarles a sus militantes porqué lo hacen.

Atacar la agricultura moderna pensando que así se critica al capitalismo equivale al error ludista de ponerse en contra de la división del trabajo o de las máquinas. Atacar una forma de organizar las unidades productivas que hace más de 60 años da un crecimiento cada vez mayor de la producción de alimentos y que disminuye el impacto potencial de la expansión de la frontera agrícola mediante la reducción sistemática de la cantidad de hectáreas per cápita necesarias para alimentar a la población. Que (salvo la carne) viene bajando los precios de la comida que los obreros consumen y que, en consecuencia, ha bajado enormemente la prevalencia de desnutrición en el mundo. Una agricultura a la cual los mismos ecofascistas de la WWF dicen que está en balance con la biocapacidad del planeta en sus informes sobre la huella ecológica. ¿En algún momento vamos a aceptar que la tecnología disponible no es un plan macabro consciente del capitalismo que va a terminar de colapsar a la humanidad? Es claro que a escala global las formas modernas de cultura son las mejores tecnológicamente disponibles. Es más que obvio que la agricultura moderna tiene los mismos problemas de cualquier aplicación tecnológica, y que su expansión bajo la forma capitalista (fragmentaria) puede traer problemas locales y manejos irresponsables que afecten ciertas regiones específicas. Seguramente se pueden marcar problemas por errores en la adaptación local de la tecnología a las condiciones edafológicas específicas del lugar. Ahora bien, el querer convertir los límites de una tecnología y a sus malos usos o adaptaciones en una crítica al capitalismo es otra cosa. Esa forma de operar ideológicamente es ludismo. No tiene ninguna relación con una crítica razonada y científica a los límites del sistema. Es una impugnación grotesca y mecánica basada en forzar datos dispersos e ignorar la mayoría de la estadística disponible. Intentar una crítica a la forma del metabolismo social por medio de la crítica abstracta a la tecnología disponible es ludismo vulgar.

Teniendo esto en cuenta ¿Cuál es la política real relativa al "medio ambiente" de la izquierda? Se oponen al fracking y a la minería a cielo abierto porque dicen que son ‘contaminantes’. Entonces ¿La minería subterránea y la actividad petrolera convencional no contaminan? ¿No tienen riesgos ambientales para las poblaciones? Si tuviesen una política coherente con sus postulados deberían movilizarse para que se cierren TODOS los pozos petroleros y la minería TOTAL mundial. Si su programa se volviese realidad no habría más minerales con los cuales trabajar. Toda la industria de la construcción, de la informática, de las telecomunicaciones, química, etc. se terminaría de un día para el otro. Volveríamos a una situación previa a la revolución industrial. Imagino que eso no es lo que pretenden. Supongo que su posición respecto a la extracción convencional de petróleo y la minería subterránea es que se las controle fuertemente para evitar los descuidos que dañan el medio ambiente y a los trabajadores. Pero entonces ¿Por qué la minería a cielo abierto o el fracking no pueden tener el mismo tratamiento? Casi la totalidad de accidentes de la minería a cielo abierto son fallas de control en los diques de cola, es algo bien concreto que podría hacerse tranquilamente. En el caso del fracking el control del encofrado de la perforación, de los gases emanados del pozo, chequeos periódicos de las aguas subterráneas y manejo del transporte y tratamiento de líquidos harían que la actividad no se diferencie en riesgo respecto a la extracción tradicional (que de hecho tienen que hacerlo también). Es decir, que la oposición a estás formas concretas de extracción de materias primas no tiene ninguna lógica más que el reclutamiento y la influencia demagógica sobre las ‘asambleas ambientales’. Porque si su idea fuese realmente evitar TODO riesgo asociado a la extracción deberían prohibir TODA la industria petrolera y minera. Es un programa puramente demagógico.


El Modus operandi del ecologismo para acumular influencia y hacer política es ya bastante conocido. Se elige a una actividad productiva y se la demoniza queriéndola prohibir sobre el criterio de las peores prácticas posibles y la certeza de accidentes permanentes. Cuando se instala esta idea se pasa a agarrar un compuesto químico que tenga un nombre que asuste y se te agita que la población va a estar permanentemente en vía de exposición. La histeria irracional que mueve esta política olvida el simple hecho de que aplicar ese criterio sobre cualquier actividad productiva realmente existente llevaría a cerrar la mitad de la economía. Por este motivo este método político sólo se utiliza sobre esas industrias-demonio. Justamente necesitan llevar adelante esa estafa porque no tienen un programa coherente y global. Si lo tuviesen deberían extender su criterio a toda la producción potencialmente peligrosa y plantear el fin de la industria moderna. Sus presupuestos lógicos son decrecionstas aunque muy pocos de los que participan de esas marchas ignorantes y bienintencionadas hayan llegado a esa forma plena de consciencia. El ecologismo expresa una forma progresiva de consciencia en términos de que es la expresión ideológica de la defensa de las condiciones generales de producción y de vida. El tema es que ésta forma aparece como pura ideología, como una forma de consciencia amputada e invertida que, en su desarrollo lógico, lleva a posiciones reaccionarias como el decrecionismo económico. Esto no sería mayor problema, ya que la ideología es la forma espontánea de consciencia y siempre encierra este tipo de problemas. El problema es cuando la izquierda, huérfana de método racional y científico, busca reclutar desesperadamente en las asambleas ambientales y se acopla ciegamente a estas formas ideológicas. Adopta el discurso de acumulación política del ecologismo sin la más mínima elaboración científica propia y termina armando corrientes cuyo máximo esfuerzo mental consiste en adosarle ‘control obrero’ o ‘el capitalismo tiene la culpa’ a una agenda marcada de forma exógena por las ONG ecologistas.

Ahora bien, ¿En qué lugar se encuentra el planeta en esta nueva etapa? Los niveles de carbono actuales no están ni cerca de ser los más altos registrados en este eon (diez veces menores), la biodiversidad con la que nos encontramos antes del cambio climático es la más alta de los últimos 500 millones de años (y de toda la historia de la tierra), así como la temperatura promedio está bastantes grados por debajo de la que dominó el presente eon y la masa continental cubierta por los océanos es la más baja de todo el período. Este es el estado en el que se encuentra la tierra ANTES de entrar en el llamado ‘cambio climático’. Ahora bien ¿Hay condiciones para pensar en una extinción masiva de especies por pérdida del hábitat, intrusiones violentas del océano sobre las masas continentales, sequías masivas y clima extremo debido al cambio? Veamos:

¿Cómo se calcula la extinción de una biodiversidad de la que apenas conocemos una ínfima parte? Hasta la década de los 90s cuando la ecología conservacionista se logra desarrollar como disciplina específica en EEUU y en Europa no se tenía idea precisa del ritmo de extinción de las especies. Había reportes de extinciones locales y se habían logrado documentar cada vez más extinciones en distintos ecosistemas, pero poco se sabía sobre el tema por fuera de este trabajo empírico. Esto hasta que un ecólogo inglés que labura en EEUU llamado Stuart Pimm escribió junto con otros en la década del 90’un paper para abordar ese problema llamado "La biodiversidad de las especies y sus tasas de extinción, distribución y protección" que todavía se sigue dando en la facultad. En este trabajo Pimm propone una metodología para medir la tasa de extinción. Todos los artículos ecologistas medianamente serios que hablan del tema usan los estimados de este trabajo de referencia. ¿Qué metodología plantea Pimm? Su idea es dejar de calcular la extinción en números absolutos y pasar a pensar el tema como fracciones de especies extinguiéndose en el tiempo. Para esto calcula una tasa de extinción ‘normal’ promedio entre extinciones masivas y antes de la llegada de los humanos para tener un "fondo" de comparación analizando la vida media de las especies encontradas en fósiles. El registro fósil es muy incompleto. Se estima que a través de los fósiles solo se puede acceder a una muestra del pasado de un 0,01% de todas las especies que han existido. Una muestra estadística que hace que todas las personas serias se manejen con extremo cuidado al tirar números. La mayoría de los animales del registro fósil son invertebrados marinos con conchas duras, del tipo biológico que se encuentra disperso en las diferentes eras geológicas y con piezas duras que no sean disueltas por el paso del tiempo. Pimm, al inferir una tasa de extinción normal de la longevidad taxonómica de los fósiles sigue la lógica de que, si la vida media de una especie es de un millón de años, entonces en promedio habrá una extinción cada millón de años. Si la especie tuviese, por ejemplo, un millón de individuos entonces la tasa de extinción de ‘fondo’ sería la de una extinción por año. De aquí surge la medida que Pimm inventa para medir la extinción, que es la de extinción/especie x año. (E/MSY= extinción sobre millones de especies al año). En su investigación Pimm infiere que el número de extinción de “base” es el de 0.1 E/MSY. Sobre ese cálculo extrapola las tasas de extinción de las especies que se encuentran en la lista de la IUCN (International Union for Conservation of Nature) catalogadas como en “peligro”. De estos dos datos Pimm deduce que la actual tasa de extinción es de aproximadamente 100 E/MSY. De estos números surgen todas las citas que los ecologistas tiran para validar la idea de que estamos en el borde de una extinción masiva. No es para menos ya que indican que los ritmos actuales de extinción están entre 100 y 1000 veces por encima de lo “normal”. Ahora bien, a cualquiera que haya hecho algo relacionado con los números tiene que llamarle la atención que el rango que se maneja sea tan laxo. Una diferencia de 10 veces entre el mínimo y el máximo son rangos extraños. Esta rareza surge, en primer lugar, de la incertidumbre que ya se dijo respecto al cálculo de la extinción de fondo por la pequeñísima muestra y sus características. En segundo lugar de los datos de los que se saca el ritmo de extinción presente (la tasa de extinción de las especies en peligro). En este último caso vale la pena detenerse. El método presupone que las especies en peligro de extinción son una muestra válida para calcular el ritmo de todas las especies, pero esto no es así. De las 1,5 millones de especies identificadas (una pequeña poción de las 4 millones de especies que se cree que habitan la tierra) la IUCN estudia alrededor de 80.000. De ésta fracción de la fracción salen las 24.000 especies en peligro que sirven de guía para calcular el ritmo de extinción actual. Además, estás especies en peligro que se extinguen son en su mayoría especies de islas oceánicas o de ecosistemas restringidos de agua dulce. Las islas oceánicas son alrededor de un 3% de la superficie de la tierra y cuentan con casi el 90% de todas las extinciones de reptiles y aves registradas, dejándole al 97% restante del territorio algo más del 10% de las especies extintas. En estas vastas áreas continentales se registran tan pocas extinciones debido a que, en comparación, los ecosistemas de islas son simples y restringidos. Tanto es así que los ecólogos y biólogos evolucionistas fundaron su ciencia estudiando islas debido a su aislamiento (Darwin). Entonces, teniendo esto en cuenta, ¿Cuántas especies efectivamente se extinguieron que hayan sido registradas? De acuerdo a la IUCN hasta la fecha hubo menos de 1000 extinciones documentadas en los últimos 500 años de un total de aproximadamente 4 millones de especies. Cabe aclarar que Pimm es totalmente consciente de los problemas de su medición. Para muchos biogeógrafos y ecólogos el mayor problema no es la ‘extinción’ sino el estado precario y poco abundante de miles de poblaciones que son resabios de especies y ecosistemas productivos y abundantes. La abundancia de vida salvaje se redujo a la mitad desde los 70’s debido a la caza y a la conversión de la mitad de la tierra en explotaciones agrícolas. Pero el lento trabajo de restauración de la abundancia de poblaciones es menos sensacionalista y no se presta al apocalipsis que la conciencia ecologista busca vender.

En resumen, en los últimos 500 años hay menos de mil registros de extinciones de especies sobre un estimado de 4 millones. Si también tenemos en cuenta que el crecimiento del nivel del mar avanza a un ritmo promedio de 1mm por DÉCADA, lo que seguramente impactará en las áreas costeras en el largo plazo y obligará a movimientos periódicos de la población a un ritmo muy lejano de la catástrofe inmediata y total. Las sequías se mantienen estables hace 60 años y los reportes de intensidad de las lluvias aumentan. Los huracanes e inundaciones se mantienen estables o en baja, variando en su intensidad que va en aumento. Sin embargo estos últimos son fenómenos que no cubren la mayor parte de la superficie del globo y cuya prevención en el impacto en vidas humanas es totalmente controlable (aunque a costa de invertir recursos, obviamente). Es decir, habrá impactos que se sentirán en algunas áreas producto del cambio, pero no hay ninguna razón realista para el alarmismo malthusiano. El colapsismo catastrofista no es algo basado en evidencias sino en especulaciones bastante débiles sobre datos obtenidos de sistemas complejísimos que apenas estamos empezando a comprender. Y es sobre la base de esta ignorancia que se intenta revivir el malthusianismo bajo el manto amigable del ecologismo. Claramente hay problemas de contaminación del medio que impactan innecesariamente a ecosistemas y a grupos humanos producto de la anarquía de la organización social. Como también hay actividades que NECESARIAMENTE impactarán por su propia naturaleza dada la tecnología disponible y las desventajas de su reemplazo por otras tecnologías, bajo CUALQUIER tipo de relaciones sociales. Deberíamos ser lo suficientemente inteligentes para saber discernir entre estas dos realidades, para no terminar cayendo en un primitivismo ridículo y sin fundamentos. Este lamentablemente no es el caso de los caminos que toma el debate sobre el ‘medio ambiente.

Otra forma ideológica que ha ganado fuerza en el ambientalismo es la lucha contra el uso de ‘químicos’ en la agricultura. Como no podía ser de otra manera, esta forma imprecisa y anticientífica de encarar el problema fue tomada sin la más mínima crítica por la izquierda, que la incorporó a sus programas sin saber de qué hablaba. Oponerse a la existencia de químicos es básicamente oponerse a la existencia misma de toda la materia. Pero si intentamos entender qué quieren decir detrás de todas las imprecisiones de una consciencia espontánea, podemos pensar que el movimiento contra la agricultura moderna se opone al uso de los últimos agroquímicos, o como su forma ideológica los denomina: agrotóxicos. Especialmente el glifosato, por alguna razón totalmente ajena a la lógica y más cercana a la agenda política de las ONG. Empecemos por lo básico, al glifosato lo defienden todos los organismos científicos dedicados al tema que revisaron MILES de estudios para emitir opinión. Lo mismo pasa con las vacunas, pero como no hay una asamblea antivacunas no los cuestiona nadie. El argumento irracional que se maneja es que defender tal o cual uso correcto de un químico es equivalente a defender al capitalismo. Al capitalismo no se lo debe atacar ni defender, se debe tratar de entender para pensar como desarrollar sus necesidades históricas y superarlo. Hacerse un muñeco de paja del capitalismo no es ‘luchar’ contra el capitalismo, justamente porque al no comprenderlo no se puede luchar contra él ni desarrollar su necesidad histórica. El capitalismo es el hambre en Yemen, pero también es más de 60 años de disminución de las hambrunas y de la incidencia de desnutrición. Es las dos cosas al mismo tiempo. Lo que tienen en común todas estas formas ideológicas de conciencia es que comparten un tipo de razonamiento maniqueísta religioso del ‘mal total’, que deja al militante de éste tipo de formas en el aire fácilmente cuando se le presentan evidencias que no coinciden con su visión infantil del capitalismo. El glifosato es un herbicida que se rocía en cultivos (generalmente en variedades transgénicas) para evitar el crecimiento de malezas. Se lo suele utilizar junto con insecticidas para mejorar el rinde de los cultivos. Desde que el glifosato se utiliza de forma masiva y muy poco responsable en el campo argentino se han hecho estudios para analizar su toxicidad. El más grande es el que el consejo científico interdisciplinario (CONICET) presentó hace ya diez años a la comisión nacional de investigación sobre agroquímicos. Es un informe extenso sobre todos los estudios realizados hasta esa fecha sobre el glifosato. Su nombre es "evaluación de la información científica vinculada al glifosato en su incidencia sobre la salud humana y el ambiente". En ese texto de casi 150 páginas se concluye que, luego de revisar los documentos epidemiológicos, no queda demostrada correlación alguna entre exposición al herbicida e incidencia de cáncer o malformaciones en recién nacidos. Obviamente que estos informes no importan a una forma de conciencia ideológica que no tiene en mente aceptar evidencias sino retrotraer las prácticas agrícolas a la tecnología previa a 1960. Se siguió acusando a todo el mundo de ser un agente de Monsanto y de mentir, a pesar de que la molécula de glifosato es hace tiempo una patente vencida. Por suerte, este tipo de ‘polémicas’ quedan encerrada en estos grupos. Cada cierta cantidad de años alguna noticia los vuelve a la actividad. Por ejemplo hace unos años, la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC), de la OMS, anunció que colocaría al glifosato en la Categoría 2A de su sistema de clasificación como “probablemente cancerígeno”, porque considera que hay “evidencia limitada” que relaciona al herbicida con casos de linfoma no-Hodgkin (cáncer). Obviando que el informe de la IARC se opone a una enorme literatura científica epidemiológica el problema es que, aún si lo tomamos en serio, el glifosato quedaría en la misma categoría de toxicidad que estar expuesto a infusiones de más de 65°c (el mate). Pero claramente este detalle no detiene al neomaltusianismo, que vio en esto una especie de ‘victoria’ de su posición anti agricultura moderna. La agenda de la agricultura tradicional ganó fuerza y por todos lados en la prensa especializada se podía leer a gente decir que el glifosato era cancerígeno, sin reparar en que su misma lógica los debería hacer boicotear la yerba mate o el té. Claramente la mala manipulación y su mezcla con otros agentes (insecticidas y otros herbicidas) pueden llegar a producir algún efecto epidemiológico en áreas donde su uso es descontrolado. Como sucede con la enorme mayoría de los compuestos químicos que se utilizan en la industria. Pero oponerse a un herbicida de bajísima toxicidad que se vuelve inerte luego del contacto con la superficie rociada debido a esta reclasificación de la IARC es ridículo, ya que siempre una tecnología debe compararse con la mejor opción tecnológica disponible y juzgarlo en relación al uso correcto. Es esto o literalmente pedir retrotraer a la agricultura a la década del 50 del siglo pasado. O peor, a una agricultura sin insumos, de baja intensidad y mucha mano de obra. Lo cual parece estar es sintonía con el programa de la izquierda que pide ‘poblar el campo’ y ‘prohibir el glifosato’.


 
 
 

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