El feminismo
- pablosviajsk
- 13 ene 2021
- 11 Min. de lectura
Actualizado: 17 ene 2021
En los últimos 10 años el mundo ha visto otra nueva forma de consciencia ideológica ‘crítica’ que ha tomado muchísima fuerza y, como no podía ser de otra manera debido a su debilidad conceptual, ha colonizado las expresiones de izquierda en todos los lugares donde esta forma ideológica ha tomado masa crítica. Me refiero al feminismo llamado de la ‘3ra ola’. Este tipo de forma no es más que la expresión de la competencia agudizada de la clase obrera en la medida en que las mujeres entran a la PEA y compiten con los hombres en el mundo laboral y en el reparto de las tareas del hogar. En la medida en que expresa la incorporación de las mujeres a la PEA es progresivo, es reaccionario cuando expresa la competencia inter-clase producto de este proceso de universalización. Por eso es confuso. Es por esta característica paradójica que uno puede ver un feminismo ‘racional’ y otro ridículamente ‘irracional’. Porque ambos feminismos son expresiones de las diferentes tendencias del proceso. Deja de ser progresivo en el segundo en que empieza a expresar la universalización de la clase obrera pero como una de sus formas parciales, como la competencia dentro de la misma. El feminismo es progresivo mientras expresa la universalización como INTEGRACIÓN de todos los proletarios a la fuerza de trabajo, pero por su propia lógica, la misma forma de consciencia que expresaba ese proceso (el feminismo) se continúa a sí mismo como la parte regresiva de ese mismo proceso: como la competencia entre la propia clase. De allí que muchos autores hablen de ‘feminismo corporativo’. Esto es algo que muchos socialistas vieron en su momento. La consciencia es, en tanto forma invertida (ideológica) de este proceso, feminismo. Es una forma ideológica justamente porque no puede dar cuenta de las formas concretas de las determinaciones que le dan origen como forma de consciencia. Es incapaz de criticarse radicalmente a sí misma. Buscar reducir al feminismo a un movimiento que ‘lleva como reivindicación la eliminación de las formas de violencia de género’ es una frase hecha totalmente falsa. Un mismo proceso puede desenvolverse de formas no lineales. Puede ser la expresión de una suma de determinaciones complejas. El capitalismo mismo lo es. En concreto el feminismo actual (por fuera de la lucha del aborto) plantea la eliminación de los sesgos relacionados con los roles de género (o ‘violencia de género’ como le llaman) para el caso de las mujeres. Al feminismo no le importa (ni puede hacerlo, dado que expresa otra cosa) luchar contra la masculinización en los trabajos más riesgosos, por ejemplo. Y está bien, el feminismo lucha por mejorar la situación de la MUJER en relación a los sesgos que hay por los roles de género, no por la ‘eliminación de la violencia de género’ en abstracto. Sólo luchan por la que afecta a las mujeres, por eso necesitan necesariamente de la pseudo teoría del ‘patriarcado’ que vendría a justificar lógicamente ese tipo específico de lucha corporativa diciendo que el hombre no importa porque es ‘privilegiado’. Por eso nunca van a pelear contra la masculinización en las tareas de mayor riesgo de vida y sí por meter más diputadas mujeres. Es claro que este movimiento comporta aspecto progresivos en relación, por ejemplo, a la lucha por la igualdad en la venta de la fuerza de trabajo. Particularmente en relación a la lucha contra las leyes discriminatorias como también la lucha LGBT en ese sentido. Ahora, en la medida en que es una forma invertida de consciencia que busca bastarse a sí misma comienza a mutar hacia formas reaccionarias. Particularmente en relación a sus ‘luchas’ contra los supuestos ‘privilegios’ del hombre. Me refiero a los sectores del feminismo que buscan dar una lucha cultural policlasista de bordes difusos. Que busca militar contra los ‘privilegios’ del obrero hombre por ser hombre. Ese aspecto se presenta como reaccionario porque expresa la forma de solidaridad como competencia dentro de la clase. La universalización de la clase obrera engendró un movimiento que durante buena parte del siglo XX expresó un movimiento capitalista progresivo que buscaba la igualdad formal dentro del sistema. Ese fue su techo histórico. De allí la izquierda debe deducir que la acción política ya no pasa por la condición de mujer sino por la transformación de su clase en partido. Incorporar la ideología reaccionaria que propone una militancia cultural de performances que no cambian ninguno de los problemas reales de la mayoría de las mujeres trabajadoras es producto de la nula comprensión que la izquierda posee de las determinaciones que guían su acción. Que a una obrera mujer que vende la fuerza de trabajo sin trabas legales junto al hombre se le quiera vender una militancia y una forma de consciencia fragmentaria que ve en los supuestos ‘privilegios’ de su compañero de clase un eje de lucha, es reaccionario. Además una vez alcanzado el aspecto legal formal de la igualdad total entre todas las divisiones sexuales de la clase obrera toda esa militancia ‘cultural’ además de reaccionaria es inefectiva, ya que no ayuda a transformar nada en la realidad. Sólo puede ser, dado que es una forma de competencia, la forma ideológica de militancia por cargos ‘de género’ en espacios académicos, públicos o sindicales.
En este plano ideológico reaccionario la izquierda copia como un mal estudiante el libreto de las teóricas ‘radicales’ para terminar planteando que la burguesía tiene en sus más profundos intereses el sostenimiento de la familia porque ésta es patriarcal, y el patriarcado sería necesario para reproducir las relaciones de sometimiento que necesita el capitalismo para seguir. Para cualquiera que estudie el tema con mínima seriedad considerar que la forma de la familia dentro del capitalismo surge de la abstracta voluntad demiurga de la burguesía y su ‘plan’ es un insulto a la inteligencia. La familia surge de la necesidad ciega que el modo de producción impone como la más eficiente para sostener unidades fragmentadas de reproducción de fuerza de trabajo. Lo que reproduce al capitalismo no es ningún ‘sometimiento’ patriarcal planificado extrínseco a un obrero espontáneamente revolucionario sino que aquél se funda sobre los despliegues de su propio movimiento autónomo. Para que una familia pueda reproducirse y tener hijos hace falta una determinada cantidad de tiempo de trabajo ‘doméstico’. En el caso de las familias obreras con poca o media calificación, cuando el salario de uno no rinde lo suficiente como para poder mercantilizar ese trabajo (niñera y empleado doméstico), es más eficiente que esa persona sea la que se quede, y que la otra vaya a realizar los trabajos fuera del hogar, la mayor de las veces en horribles condiciones y alto riesgo de accidentes. Esa obviedad la comprende cualquier pareja de trabajadores del planeta y la viven todos los días cuando hacen las cuentas del mes. Obviar este hecho material básico para querer militar la competencia dentro de la familia obrera sólo puede traer resultados de reclutamiento inestable realizados sobre bases endebles que no llegan a la comprensión del problema. La competencia dentro de la familia obrera se supera luchando por tener mejores salarios o calificaciones y mecanizando el trabajo hogareño. Esas son las condiciones para sacar a la mujer de su dependencia doméstica. Querer introducir la hipótesis de que desde hace más de 5.000 años se viene perpetrando un complot telepático entre todos los hombres de toda la historia y todos los continentes para trabajar menos horas en el hogar y explotar a todas las mujeres y que eso se llama patriarcado es totalmente ridículo. Esta militancia determina un camino de denuncia intensa de ‘micromachismos’ esperando así que la mujer se ‘libere’ del patriarcado por medio de la pura consciencia ‘libre’.
Este tipo de explicaciones totalmente carentes de reflexión materialista se constatan en prácticamente todos los problemas que la izquierda encara dentro del tema. Si analizamos, en el mismo sentido ideológico se pronuncia la izquierda en relación a la cuestión de la prohibición del aborto, planteando que la misma sería necesaria para el capitalismo ya que es un ‘instrumento de disciplinamiento’. Ni siquiera el hecho empírico más elemental acerca de que el aborto regulado por el estado es un producto surgido totalmente de la dinámica capitalista es capaz de conmover estos razonamientos. El estado es la personificación de las condiciones colectivas de acumulación del capital. La clase obrera es un atributo del capital. En los espacios de acumulación donde predomina la clase obrera poco calificada como atributo de capital chatarra industrial o rural, la materialidad de la producción no obliga al avance del aborto, ya que ese capital necesita una clase obrera con atributos productivos reducidos. Con el desarrollo de las fuerzas productivas y la acumulación basada en la plusvalía relativa el tiempo promedio de formación de esos atributos se alargan. La legalización del aborto es la forma mediante la cual la personificación de las condiciones sociales para la existencia del capital (el Estado) pone a disposición herramientas para que ciertas fracciones de la clase obrera se adapte a esa realidad material. La legalización es una arista progresiva del desarrollo del capital, que al mismo tiempo expresa de qué manera la clase obrera, en tanto existe para el capital, debe adaptar sus ritmos reproductivos a las necesidades de desarrollo de éste. Esto mismo no sólo explica por qué el aborto es legal en TODOS los países desarrollados, sino también porque, en los espacios de acumulación en donde la clase obrera es el atributo de un capital chatarra que se recicla por deuda y renta de la tierra, el aborto es bloqueado o permitido bajo condicionantes que se dirigen hacia su acceso por parte de los sectores de la clase obrera mejor calificados. En este caso no es una necesidad del desarrollo del capital en su conjunto. Analizar el tema del aborto como si se tratase de un dispositivo ‘disciplinador’ a la Foucault es abandonar todo análisis materialista para caer en la explicación de los hechos sociales basándose en el eje disciplinar del poder sobre los ‘cuerpos’. Se trata de analizar las necesidades del capital en relación a la clase obrera que produce y reproduce. Tanto la prohibición del aborto como su legalización configuran distintas formas concretas de la acumulación capitalista, ninguna de las dos es excluyente del capitalismo.
La desigualdad de género se mantiene en el capitalismo en tanto la baja calificación de la mujer (heredada de la situación precapitalista), la carga de las horas de trabajo doméstico por el tamaño promedio de la familia y la falta de mecanización del trabajo doméstico hacían racional la división sexual del trabajo entre "reproductivo" y "productivo" (directamente asalariado) dentro de la unidad doméstica. En los lugares donde la participación en el proceso de producción de la mujer se realiza en tareas de baja productividad la sociedad tiene una opinión degradada de ellas. De la misma forma que bajo la competencia general de la clase obrera se ve de forma degradada a los trabajadores que se dedican a trabajos poco calificados. Algo que también pasa con inmigrantes que se insertan en el proceso productivo en trabajos de baja calificación. Son vistos con desprecio por la clase obrera en general en tanto expresión de la competencia general de la sociedad, al tiempo que genera solidaridades reaccionarias (nacionalismo chauvinista o machismo).
En la medida en que los atributos productivos de la clase obrera fueron complejizándose y volviéndose más heterogéneos, fueron mejorando las calificaciones promedio de las mujeres, fueron mecanizándose y simplificándose las tareas domésticas y fue reduciéndose el tamaño promedio de las familias (lo que habilita el aumento de la mercantilización del trabajo de crianza), se va produciendo la reducción de las diferencias de género a la par que se valoriza el lugar de la mujer en el proceso de producción material de la sociedad como expresión del aumento de sus atributos productivos. Este es el proceso ciego y objetivo que opera como una compulsión abstracta bajo el capitalismo. Este movimiento material, que no es más que una forma concreta de uno más amplio que tiene que ver con la creciente fragmentación de los atributos productivos obreros, aparece obviamente invertido en sus determinaciones como si fuese él mismo un producto de la lucha de la mujer contra la división sexual del trabajo antes que la forma política concreta en que éste movimiento material se realiza. En este caso particular, la inversión ideológica que consiste en tomar la forma política como el fundamento de sí misma es lo que pomposamente se hace llamar feminismo.
El debate terf/queer como mera inversión ideológica
Como ya se señaló, la división sexual del trabajo es la expresión concreta del modo en que se procesa el dimorfismo sexual bajo un determinado nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. Lo que conocemos como el género es la forma en que los atributos productivos de ésta división sexual se expresan por medio de una serie de órdenes estereotipados de comportamientos. Debido a que ésta división sexual va cambiando junto con el mismo desarrollo de las fuerzas productivas, a todo cambio en los atributos productivos de la clase obrera le corresponden transformaciones en estos comportamientos estereotipados. Con la progresiva proletarización de la mujer habilitada por una mejora en la calificación laboral, la disminución en la carga de las horas de trabajo doméstico por su mecanización y la disminución del tamaño promedio de la familia, se va borrando la necesidad de expresar determinados atributos productivos que eran necesarios en la estricta división sexual del trabajo así como también la rigidez de estos comportamientos estereotipados como expresión de dichos atributos.
En todo el debate alrededor de las personas trans todo el tiempo se tiende a reproducir los conceptos asociados a la división sexual estricta del trabajo. Al irse separando esa relación unilateral comienza a desarrollarse una polisemia de los términos. Vulgarmente se usa mujer/hombre para definir tanto los caracteres sexuales secundarios de una persona (dimorfismo) como también la forma general en la que se inscribe dentro de comportamientos asociados a estas características del cuerpo (género). Ser mujer/hombre es inscribirse en ese orden genérico a lo largo del tiempo (puede cambiar). Ser macho/hembra es otra cosa. En la medida en que la identidad se fue fragmentado más debido a la disolución de la división sexual del trabajo, la rigidez de asociación macho=hombre, hembra=mujer se fue visibilizando más. Todo el debate ideológico (invertido) no es más que otra forma de expresión de este proceso que transforma las coordenadas de la inscripción en los órdenes de género. No es más que la expresión de una nueva fragmentación como forma concreta de la universalización.
El género es una serie de estereotipos que se fundamentan en tanto atributos productivos necesarios para la división sexual del trabajo. Son una construcción social con ese fundamento. Como estereotipos no tienen una forma perfecta de ser medidos. Es como preguntarse cuándo un género literario deja de ser policial y se convierte en terror o viceversa. Como toda serie de estereotipos su sentido no es unívoco sino más bien un espectro dónde hay polos claros y muchísimos puntos combinados en el medio. Es claro que con la creciente borrado de esos atributos productivos ligados a la división sexual del trabajo el binomio estático sexo=género se fue relajando. Lo señalado hasta aquí indica que los estereotipos son construcciones sociales fundamentadas. Y a partir de esa existencia hay gente que se identifica con ellos, pero no al revés. Existen objetivamente por fuera de la "autopercepción" porque expresan una forma determinada de un nexo social específico que configura su fundamento.
Género y sexo son dos fenómenos que tienen fundamentos diferentes. El género no es más que una forma de manifestación de atributos productivos asociados a una realidad histórica determinada. Podríamos pensarlo como lo hacemos con el sentimiento nacional. Sentirse identificado en una idea de construcción colectiva genera predisposiciones de conducta que son necesarias en tanto atributos productivos. La necesidad de reproducirlos es su fundamento. Luego puede haber gente más o menos identificada o "autopercibida" con ese orden simbólico. Pero el mismo no es producto de una indeterminada identificación. En cambio, el sexo es la materialidad diferencial promedio de los cuerpos por el dimorfismo biológico. Es una determinación que tiene su fundamento en la pertenencia a los mamíferos y funge de fundamento en las formas específicas de aplicar ciertos tipos de acciones para reproducir determinada unidad social en condiciones históricas concretas. Claramente no es una determinación simple o autónoma, y las diferencias que produce se desarrollan a partir de condiciones históricas de la producción y reproducción de determinado metabolismo social y las fuerzas productivas que este pone en movimiento. Es como pensar en separar la fertilidad "natural" de un suelo de la producida por medio de la aplicación de trabajo manual e intelectual. Es imposible. Decir sexo es una determinación abstracta. Pero una determinación al fin.

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