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El origen de la ganancia en Marx y los austríacos

  • pablosviajsk
  • 11 feb 2021
  • 14 Min. de lectura



Si para los austríacos el capital no remite más que a un concepto psíquico, ¿de dónde brota la ganancia? En principio hay que tener en cuenta que pérdida y ganancia son, en su primera forma, categorías del pensamiento que no pueden ser reducidas a magnitudes cuantitativas sino de intensidad. La diferencia entre el valor de los medios empleados y los fines alcanzados puede ser positiva o negativa. El primer caso lo definen como ganancia, el segundo como pérdida. Sin embargo, con la introducción del cálculo económico, esta magnitud de intensidad sufre una transmutación cualitativa: puede ser pasible de cuantificación, y aquí tenemos la segunda forma de la pérdida y la ganancia. Las mismas ahora son calculables como fenómenos sociales, son comparables interpersonalmente como una magnitud que expresa el aporte de cada uno a las satisfacciones sociales, en la medida en que la producción se destina al mercado y no meramente al autoconsumo.

Como ya adelantamos en apartados anteriores, la respuesta acerca de la pregunta del origen del beneficio empresarial debe buscarse en la naturaleza del mercado, y, en última instancia, de la psiquis humana. La constante imperfecta coordinación entre los mercados, la ausencia de coordinación perfecta y las cambiantes necesidades de los consumidores generan constantemente diferencias monetarias que abren la puerta al beneficio empresarial. Esta naturaleza del beneficio intenta echar por tierra la idea de ‘beneficio normal’, cosa que para los austríacos nunca puede existir ya que rechazan el concepto de productividad del capital. “Los bienes de capital como tales son cosas muertas que en sí mismas no logran nada. Si se utilizan de acuerdo con una buena idea, se obtienen ganancias. Si se utilizan de acuerdo con una idea errónea, se producen pérdidas y ningún beneficio. Es la decisión empresarial la que crea las pérdidas o ganancias. Es de los actos mentales, de la mente del empresario, de donde se original en definitiva las ganancias. El beneficio es un producto de la mente, del éxito en anticipar el estado futuro del mercado. Es un fenómeno espiritual e intelectual”[1]. Los desajustes de precios en el mercado nunca son normales ni pueden predecirse, y quienes intentan eliminarlos se encuentran con el ‘premio’ de la ganancia producto de esta acción. El empresario, desde esta óptica, es aquel que descubre y explota situaciones en las que puede comprar barato y vender caro. Por barato o caro no se refieren a una cuestión monetaria sino una evaluación psíquica. El empresario considera mentalmente como ‘barato’ en el tiempo presente a ese medio porque tiene la perspectiva de que la suma de precios que ese bien puede producir será más valorizado en el futuro. Pondera los medios como baratos porque considera a los fines como caros a futuro. La ganancia se determina por la diferencia que psíquicamente un productor adjudica al mayor valor atribuido al resultado logrado y al menor asignado a lo sacrificado por conseguirlo. En la economía de mercado, esta actividad psíquica se manifiesta a partir de que el capitalista compra los factores productivos a precios que, vistos desde el futuro, son bajos. Una vez terminada la producción, en el tiempo futuro, los costes en los que incurrió el capitalistas aparecerán como más bajos que el precio de mercado. De este residuo de ingresos sobre costes brota la ganancia en su manifestación empírica. Y su consecuencia es la satisfacción más eficiente de las necesidades inmediatas de los consumidores. Entonces, si descomponemos la ganancia monetaria en sus causas psíquicas profundas, podemos decir que la misma no es más que la valoración cuantificada que los demás miembros de la sociedad hacen a la contribución que el empresario hizo al esfuerzo común de la misma para satisfacer las necesidades más urgentes de la sociedad. Tenemos así que el capitalismo sería una sociedad en la cual la búsqueda de ganancia psíquica individual necesariamente se manifiesta sirviendo a las necesidades del resto, y expresa en su forma monetizada el valor que ese resto concede a esta búsqueda de servir a los demás para buscar servirse a uno.

Para explicar mejor esto, utilizaremos un ejemplo en el cual se expongan no sólo las causas de la ganancia, sino de la imposibilidad de su volumen ‘normal’ para los austríacos. Supongamos que un individuo pondera que las preferencias de los consumidores van a cambiar en el sentido de que el consumo de mariachis será una necesidad del todo urgente en el futuro. Este sujeto adopta una actitud empresarial y decide poner en marcha el negocio de los mariachis. Para realizar esto alquila un traje y una guitarra al precio presente, que en su mente aparece como barato a futuro. Al ponerse a disposición del mercado, sus servicios se verán valorizados por encima de lo que le costó alquilar el traje y la guitarra. Habrá obtenido una ganancia al reajustar la oferta a la demanda. Sin embargo, otras personas con habilidades en la guitarra pasarán a presionar sobre las tiendas de disfraces pidiendo trajes de mariachis, con lo cual su precio comenzará a subir al tiempo que la oferta de mariachis aumenta disminuyendo las pretensiones monetarias que cada mariachi tiene por sus servicios. Llegará un momento en el cual el costo del alquiler del traje igualará a las pretensiones de remuneración del cantante, en ese punto el mercado se equilibra y la ganancia dejará de existir para los austríacos. Nuestro primer empresario deberá tener que buscar dónde se ubican las nuevas oportunidades aún no descubiertas para el negocio de los mariachis. Si las encuentra podrá mantener su ganancia por un tiempo. De este ejemplo podemos sacar varias conclusiones. La primera es que en el mercado se opera constantemente una disminución de la tasa de ganancia provocada por la competencia intercapitalista. La segunda es que las ganancias recurrentes no pueden surgir de ninguna medida ‘media’ sino que son la manifestación de la búsqueda de oportunidades (mercados) no descubiertos aún, y por lo tanto, no sometidos a la nivelación de la ganancia con los costos. La tercera es que la función empresarial no se reduce a una mera cuestión técnica, aunque puede suceder que la misma compense deficiencias en su función como empresario, o a la inversa, que su impericia técnica se compense con su capacidad por juzgar mejor las oportunidades del mercado. Si el empresario utiliza más eficientemente los medios ganará más, pero esta utilización no es el origen de su ganancia, sino más bien una condición necesaria. La mayor productividad material que puede generar con su eficiencia no es la causa de la ganancia empresarial, sino de una renta que, por las mismas razones puede recibir un trabajador. Por último, la cuarta reflexión tiene que ver con la magnitud del capital. En general se considera que en la ganancia interviene la cantidad de capital invertido, es decir, que a mayor cuantía de capital aumenta tanto la masa como la tasa de ganancia. En los austríacos esto no es así, ya que disocian la magnitud de la ganancia del empleo del capital y la adjudican sólo a las oscilaciones del mercado. Sin embargo, queda claro que si la satisfacción de una necesidad requiere para su producción, por motivos técnicos, una masa de medios enorme, el costo de base de ese bien será mayor. Sin embargo, con el tiempo, la urgencia social por obtener el bien llevará los precios hasta el punto en que la inversión realizada por satisfacerla logrará cubrir los costos de producción y una ganancia. En definitiva, el empresario no hace más que anticiparse a las necesidades cambiantes de los compradores. Al ajustar los medios presentes a la demanda más urgente del futuro se asegura su ganancia, que estará en proporción al desequilibrio entre una y otra. Sin esta mutación de circunstancias, el precio de los factores de producción – descontado el tiempo de producción – sería igual al de las mercancías producidas. De aquí que los neoclásicos que parten del principio de equilibrio deban buscar la justificación de la ganancia en una supuesta productividad del capital.

En este punto cabe hacerse una pregunta ¿La información acerca del estado del mercado no puede comprarse? Si esto es posible, la perspicacia de comprar barato y vender caro como cualidad natural que justifica la función social del empresario se desvanece y éste pasa a segundo plano, junto con la importancia de las decisiones que toma. En este caso, aun partiendo de la teoría del valor y del beneficio empresarial en la escuela austríaca, el capitalista podría ser considerado como un parásito que explota sus mayores medios para comprar la previsión sobre necesidades futuras y mantener su ganancia. Sin embargo esta corriente económica sale del apuro con otra de sus consideraciones ad hoc. Al respecto, consideran, claramente, que la información es un servicio más que puede contratar el empresario. Sin embargo – razonan – el hecho de que estos actores que poseen la información no la hayan usado es razón suficiente para decir que no son ellos ‘realmente’ los que conocen. En este sentido, la cualidad empresaria aparece de una forma bastante esotérica, como una forma de ‘viveza’ superior. Esto es el corolario necesario de reducir el origen último del beneficio a una facultad psíquica que es, en consecuencia imposible de comprender cabalmente. En relación a este tema Kirzner plantea el siguiente razonamiento que muestra la imposibilidad para los austríacos de definir el origen determinante de la ganancia nada más que como el continuo comprar barato y vender caro; es decir, más allá de sus manifestaciones puramente empíricas: “En último término, por tanto, el tipo de ‘conocimiento’ que se requiere para la empresarialidad es el ‘saber dónde buscar el conocimiento’ y no el simple conocimiento de la información esencial del mercado. La palabra que capta mejor este tipo de ‘conocimiento’ puede ser el término perspicacia (alertness). Es cierto que esta cualidad también puede contratarse; pero una persona que toma a un empleado perspicaz para descubrir las posibilidades de conocimiento muestra una perspicacia aún mayor”[2]. En definitiva tenemos que la ponderación psicológica de los medios presentes a través de la previsión futura, analizada con detenimiento, nos lleva necesariamente al conocimiento del mercado y el hecho empírico de que este no es más que un tipo de bien que puede comprarse. Desde aquí, el análisis nos lleva necesariamente a la perspicacia para contratar a aquel que venda el conocimiento pero, de nuevo, esa perspicacia para contratar es una cualidad que puede, a su vez, contratarse. En definitiva, pasamos de una ponderación meramente personal, a la responsabilidad última de contratar a quien haga esa ponderación. Cada vez que se lo analiza más de cerca, el origen psíquico parece escurrirse hacia consideraciones más y más esquivas para terminar en un espacio puramente esotérico.

La pregunta acerca del origen del beneficio en los austríacos sin embargo queda un poco borrosa por razones internas a su propia lógica. Supongamos que tenemos a un capitalista que invierte en el presente porque especula con un aumento de precios a futuro[3]. Ese empresario para poder invertir retira dinero de la circulación durante un tiempo con el objetivo de ahorrar para su inversión posterior y lo vuelca al mercado comprando las mercancías necesarias para la producción (salarios, bienes de capital y materias primas). La perturbación en los precios que estas masas monetarias lanzadas al mercado provocarán se terminarán reabsorbiendo cuando la inversión logre producir los bienes extra y estos sean reabsorbidos. Hasta aquí el argumento austríaco parece una versión refinada de la ley de Say. Sin embargo, los autores de esta escuela insisten en que el empresario gana porque, producto de ese episodio de desajuste entre oferta y demanda, él pudo vender más caras las mercancías de lo que le costó producirlas ya que valoró mejor que otros los cambios en las preferencias del consumidor. Sin embargo cabe hacer algunas observaciones teniendo en cuenta que el capital, para esta escuela, no posee ninguna productividad. En principio, el lanzamiento del ahorro a la circulación no produce un aumento de precios porque se haya producido nueva riqueza sino porque se restringió el consumo pretérito, con lo cual los ingresos extras que genera la inversión son una forma transmutada de la restricción del consumo pasado, no una nueva masa de riqueza. La perturbación de los ingresos que esta acción pueda producir no varía en nada la producción de riqueza ya que el dinero sólo cambia de manos. Los nuevos bienes no son más que una transmutación del dinero desde las arcas del capitalista hacia los trabajadores y otros capitalistas y, de ellos, de nuevo al empresario. Aquí ningún nuevo valor o precio fue creado. Ahora bien, si complicamos los presupuestos y añadimos la actuación de varios capitalistas, nos encontramos con la misma conclusión. El dinero pasaría de las manos de unos capitalistas menos previsores a otros por intermedio de los consumidores, pero ninguna nueva riqueza sería creada. Para absorber la masa de mercancías de acuerdo al nivel de producción presente se necesita una masa de dinero determinada, para poder invertir el empresario retiró dinero bajo la forma de ahorro, esto hizo que se puedan comprar menos mercancías. Al invertir sólo estaría volviendo la producción a un estado en el cual se hubiera encontrado si él no hubiera ahorrado. Como sea, en este punto, la explicación de esta escuela acerca del origen del beneficio aparece como la de un pescador que posee 20 peces en un barril y, aburrido porque no puede pescar, retira diez peces del mismo y los vuelve a tirar para que todos queden revolucionados por esa acción y así poder pescar para procurarse una ganancia de once peces. Como sea que uno lo mire, la cantidad de peces no aumenta. Por más que los consumidores valoren un bien producido, su gasto en dicho bien presupone el abandono del consumo de otros bienes. Los consumidores no tienen nuevos ingresos para gastar, ya que los mismos provienen del ahorro del capitalista, es decir de una restricción previa de algo que ya existía. Sobre esta base, cualquier cambio en las preferencias de los consumidores solo podrá redistribuir su ingreso de diferentes formas al cambiar su escala de preferencias, pero nunca aumentarlo. Es decir que se gasta lo mismo pero en diferentes formas. De cualquier manera es un razonamiento circular que sólo puede explicar la redistribución de una determinada masa en distintas manos. Las ganancias de un capitalista son las pérdidas de otros, aun considerando que los ingresos extras provinieron del gasto de ahorros pretéritos, ya que éstos terminan siendo circulares. Por cómo se lo mire, es la misma masa de riqueza, ora como dinero, ora como mercancías, ora como ahorro que se redistribuye entre las mismas personas con las preferencias del consumidor como árbitro supremo de esta repartición. En mi caso no encontré en la literatura estudiada acerca de los pensadores austríacos una clara solución a este problema. Lo único, en este sentido es la noción de que con el aumento de riqueza que produce la inversión, el capitalista puede ahorrar sin restringir el consumo, pero esto parece más una forma subrepticia de reconocer la productividad del capital, ya que, si este no la tuviera, una inversión de $100 pesos en salarios y bienes de producción equivaldría siempre necesariamente a un costo de $100. Aquí no hay nueva riqueza que permita al capitalista ahorrar sin restringir su consumo presente. Aún si suponemos que vende su producción por $110, esos $10 extra necesariamente deben provenir de la restricción del consumo de las mercancías que ofrece otro capitalista, es decir, no es más que el traspaso de esos $10 del bolsillo de un capitalista a otro, y si éste los ahorra para una nueva inversión produce exactamente el mismo efecto que si el capitalista que tuvo pérdidas los hubiera ahorrado. Es de suponer que existe La solución a estos lados más bien obscuros de la teoría austríaca, pero la misma, por el momento debe dejarse afuera de los objetivos de investigación del presente trabajo.


Teniendo lo dicho hasta ahora en cuenta, es curioso que la escuela austríaca y el marxismo partan de un mismo principio: la inexistencia de productividad de los bienes de capital, para llegar a conclusiones totalmente opuestas. Para el marxismo, si un medio de producción costó una X cantidad de jornadas de trabajo no puede ser trasladada al valor del producto más que esa misma cantidad de jornadas. De ahí surge el concepto de capital constante para referirse a todos los medios del proceso de producción (edificios, máquinas, materias primas, etc.) debido a que la magnitud de su valor que se transfiere al producto durante el proceso de producción, no se modifica, es constante. Aquí tenemos un punto de partida similar entre marxistas y austríacos que los diferencia de la economía neoclásica que ve en el factor capital una supuesta productividad marginal que justifique la ganancia. Sin embargo, aquí terminan las similitudes ya que el marxismo, a diferencia de la escuela austríaca, niega la posibilidad de que la ganancia pueda brotar únicamente del proceso de circulación de mercancías: “Lo que la economía política ve es lo que aparece, a saber: la influencia que el tiempo de circulación ejerce sobre el proceso de valorización del capital en general. Concibe esta influencia negativa como positiva, porque sus consecuencias son positivas. Y tanto más se aferra a esta apariencia por cuanto ella parece dar prueba de que el capital posee una fuente mística de autovalorización, fuente independiente de su proceso de producción y por ende de la explotación del trabajo, que manaría hacia él desde la esfera de la circulación”[4]. Pretender que la ganancia brota del comprar barato y vender caro, es decir, reducirla a la mera circulación presupone caer en un imposible sistémico, ya que el comprador es al mismo tiempo vendedor y todas las sumas terminarán equiparándose. En este sentido sólo puede haber una redistribución, vía precios, de la misma magnitud de riqueza: “Pero como no es posible explicar la transformación del dinero en capital, la formación del plusvalor, a partir de la circulación misma, el capital comercial aparece como imposible en la medida en que se intercambien equivalentes (…) solo se la podría deducir de la doble defraudación a que serían sometidos los productores de mercancías, los que las compran y los que las venden, por parte del comerciante que parasitariamente se interpone entre ellos”[5].

Sin la existencia de la extracción de un valor mayor al necesario para reproducir las condiciones de producción en determinada escala social, es decir de un plusvalor, la ganancia sería un imposible. Sin embargo los austríacos no dicen necesariamente que la ganancia surge del aumento del precio de venta sin más. En la medida en que el capitalista extrae (u obtiene mediante el crédito) del ahorro dinero y lo gasta para invertir, esa misma masa entra en la circulación aumentando así la masa de precios. La inversión previa del capitalista aumenta efectivamente la masa de bienes, y en consecuencia la masa de precios que habilita la posibilidad de ganancia. Empero, ese aumento de la masa total de precios vuelve a colocar el problema de la ganancia como una nueva redistribución de la misma magnitud de los mismos en la medida en que el mercado se reajusta y el costo termina coincidiendo con el precio. De ahí que el sistema austríaco necesite incorporar la idea de la imposibilidad de una ganancia media y prolongada en el tiempo, ya que cualquier otra consideración entraría en contradicción con los principios que ubican a la ganancia en la circulación.

En Marx el origen de la ganancia que perciben los capitalistas tomados como un todo surge de la producción, pero no de una supuesta productividad del capital, sino de una apropiación de tiempo de trabajo no remunerado. Debido a que el sistema capitalista organiza su producción a través del intercambio mercantil, la posibilidad de la explotación necesariamente debe aparecer como su opuesto: como un intercambio de equivalentes. Marx razona que la fuerza de trabajo es la única mercancía que posee un valor de uso particular: el ser fuente del valor. Llamará variable al capital desembolsado en el alquiler de la fuerza de trabajo debido a que su naturaleza de trabajo vivo hace posible la puesta en acto de un esfuerzo variable que es capaz de aumentar la cuantía de lo que produce en relación a lo que consume. Esta característica específica determina que sea posible comprar por su valor a la fuerza de trabajo (es decir, por el trabajo socialmente necesario para producir los medios de consumo que reproduzcan su capacidad de producir valor) y que, al utilizarla, el capitalista sea capaz de materializar un trabajo mayor al que le costó adquirirla. De esta manera, la forma mercantil se conserva en el sentido de que en la relación salarial se intercambian equivalentes: una masa de medios de consumo para reponer el desgaste de una determinada cantidad de horas de trabajo. Al trabajador se le paga su valor completo como mercancía. Marx observa que la clave de la persistencia de la explotación en una sociedad basada en el intercambio de equivalentes se encuentra necesariamente en el espacio externo a la circulación, es decir, en el momento en el que los consumidores utilizan el valor de uso de la mercancía que adquirieron. Es en la utilización de la fuerza de trabajo como valor de uso particular, por fuera de la circulación, que el capitalista logra producir un plusvalor, es decir una masa de valor mayor al que fue necesario para reproducir las condiciones que reproducen a la mercancía que adquirió. Tenemos así que la fuente del beneficio de la clase capitalista brota de la extracción de tiempo de trabajo a la clase obrera. En la jornada de trabajo, el proletario trabajará una porción determinada creando el valor de los medios de consumo que necesita para perpetuar su capacidad de trabajar (trabajo necesario) y otra parte de la jornada será compuesta de tiempo excedente de trabajo. La totalidad de este tiempo de trabajo excedente es la masa de plusvalía, y su materialización en una determinada masa de mercancías será el plusproducto. En la producción concreta es imposible separar el tiempo necesario del excedente o los productos necesarios del plusproducto. Cada mercancía compone su valor con una parte de capital constante, capital variable y plusvalía. Para realizar esta última el capitalista debe lograr vender la totalidad de las mercancías que produjo.

[1]Von Mises, Ludwig. “Pérdidas y ganancias”. Pág. 12. [2] Kirzner, Israel. “El empresario”. Pág. 24. [3] En el ejemplo supondremos que ahorrador y capitalista son la misma persona con el objetivo de simplificar. [4] Marx, Carlos. “El Capital: Crítica de la economía política”, Siglo XXI, México, 2008.Tomo II vol. IV. Pág. 148. [5] Marx, Carlos. “El Capital: Crítica de la economía política”, Siglo XXI, México, 2008 Tomo I vol. Págs. 199 – 200.

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