El socialismo, el indigenismo y la política de la opresión
- pablosviajsk
- 26 mar 2022
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En el marxismo se toma como uso común la categoría de "opresión" para intentar abordar la realidad. Es una noción que no falta en escritos del propio Marx claramente y es usada en muchas oportunidades por el autor. Sin embargo, la definición precisa de qué significa esta idea nunca se encuentra en su obra. En general aparece en su uso coloquial sin profundizar demasiado. Considero que este problema del uso de nociones coloquiales como si fuesen categorías rigurosas para explicar la realidad se sigue arrastrando en el marxismo y termina formateando su forma misma de concebir lo real.
Toda operación que se realice con la noción de "opresión" necesariamente debe partir de presupuestos. Para que algo sea oprimido debe existir una materialidad que no puede expresar toda su potencia debido a la existencia de un 'otro', una exterioridad absoluta y ajena al objeto oprimido, que lo mantiene en ese estado y así no deja que exprese su 'verdadera' forma. Una que se encuentra congelada en el tiempo a la espera de ser conjurada por un movimiento de 'liberación'. Una libertad que un otro absoluto en posesión de la misma niega o roba en el acto pretérito fundante de esa opresión.
El manejo de esa noción presupone analizar lo real como una suma de objetos ya dados en sí y para sí. En donde toda interacción entre ellos se da de forma externa y forzada. Argentina podría ser Holanda, pero no la dejan. Hay fuerzas externas que impiden ese desarrollo, que bloquean la natural libertad de los capitales hacia su total expresión. Presupone que, libre de intervención "extranjera" (?) cualquier economía fundada en la separación entre producción y consumo desemboca naturalmente en capitales competitivos a escala mundial. Presupone que si éstos no llegan allí es porque se encuentran 'subordinados' o 'sometidos' a una otredad absoluta: el extranjero, a partir de un momento fundante de esa relación violenta. Una vez más tenemos la idea de una verdadera forma libre que no deja ser expresada por una otredad que impone arbitrariamente su voluntad sin más justificación.
Toda política fundada en el uso de la categoría de opresión coloca imaginariamente, por necesidad, los límites de una parcialidad (espacio nacional por ejemplo) en un ente externo a la misma. El operar así es ineludible porque es el fundamento lógico de la categoría misma. Es por esto que siempre reaparece cada vez que estemos frente a toda forma ideológica de nicho, tribalista y parcial (nacionalismo, feminismo, indigenismo, etc.) como categoría básica de análisis. Esto es independiente de toda voltereta ideológica que busque teñir a estas formas de la imaginación de rojo o "radical". Movilizar a los obreros detrás de formas limitadas y parciales de consciencia como si esas premisas llevaran al socialismo es embrutecerlos en una inversión ideológica que va a volverse contra ellos tarde o temprano. Es educarlos en la derrota.
Más allá de ciertos atributos generales de la especie no existe lo humano por fuera de las cualidades de la forma del vínculo social que se entabla en toda sociedad. De allí que no tiene sentido criticar al Capital apelando a una suerte de humano genérico por afuera de la historia que habría que reestablecer o que lucha por imponerse a la "deshumanización". Por ejemplo, la cooperación es un atributo genérico, pero este atributo surge como una manera específica en que se realiza la competencia. Aparecen siempre como una unidad. La solidaridad tribal existe porque el panorama de división y dispersión de tribus impone un esquema de competencia. La cooperación también existe como necesidad frente a la competencia contra el medio. No se da como algo abstracto sino como una forma concreta frente a una situación dada. No son atributos de un humano genérico sino de un humano situado históricamente. No hay nada humano por fuera de la forma concreta del nexo social. Por ejemplo, cooperar y competir son dos formas necesarias de lo humano en general. Pero son dos abstracciones. La forma de la cooperación/competencia no es lo mismo bajo una sociedad tribal que en una sociedad feudal o capitalista. Hacer un trabajo de abstracción de cualidades es siempre una construcción imaginaria formal. No debe confundirse con la búsqueda de aspectos de la realidad. Lo imaginario no es ya lo real. No es la unidad necesaria de lo diverso. No hay un "ser humano" genérico esperando por fuera del Capital, por fuera de la comuna campesina, la tribu o el feudo. Pensar que ese ser genérico existe es justamente pensar a lo humano a partir de la imaginación del productor privado de mercancías. El ser humano es la síntesis de su nexo social. El individuo no es más que una forma parcial mediante la cual el nexo social se experimenta a sí mismo en la historia. No hay ser humano "pleno" ahistórico porque no hay ser humano fuera de ese vínculo. De allí que toda la construcción que realiza Feuerbach y Marx respecto a la alienación como "pérdida" de un ser humano pleno es una robinsonada.
Toda política sobre la "opresión" parte de presuponer una libertad total que se encuentra congelada en el tiempo a la espera de ser conjurada. Una libertad que un otro en posesión de la misma niega o roba en un acto fundante pretérito. Y como esa libertad no puede ser siempre más que una mera abstracción, una figura imaginaria indeterminada que no pudo existir realmente en el pasado (¿Libres de trabajar, de someterse a un nexo social directo, de la necesidad de defender esa propiedad colectiva frente la competencia?), termina buscándose en una suerte de figura fundante redentora en el futuro. Como siempre, la política de la opresión simplemente es una ilusión que nos coloca permanentemente frente a los límites de nuestras propias figuras del pensamiento para comprender los fundamentos de la realidad que se intenta cambiar. Ya sea mediante una idealización puramente imaginaria del pasado como robinsonada o del futuro como redención restauradora. Ambas formas se presuponen una a la otra. El paraíso no podía existir hasta que Adam y Eva fueron echados. Es a partir de la herida infligida que se crean las condiciones para construir una idealización a la cual "volver" como necesidad impuesta en la búsqueda por cerrarla. Esa idealización, por supuesto, solamente existe a partir de la herida y como una extensión de la misma, nunca como algo que efectivamente existió alguna vez. Irónicamente ese paraíso perdido sólo pudo existir como condición de una pérdida. Nunca como una existencia histórica real. Y de la misma forma, lamentablemente, todo intento por recuperarlo no es más que someterse a una ilusión reaccionaria que nunca existió. Los socialistas siempre tuvieron en claro frente a este tipo de idealizaciones el principio Wagneriano: "La herida solamente puede ser curada por la lanza que la produjo".
El socialismo es lo opuesto a la política de la interseccionalidad. Rechaza la mera suma aritmética de átomos de "opresiones" e identidades particulares como método de construcción de su propia identidad. Rechaza la política de ir sumando banderas de colores para que se expresen particularmente y se adhieran sin orden a un anticapitalismo difuso que recoge sus demandas particulares. El socialismo es la política práctica que busca la unidad de las determinaciones. Es buscar un orden de necesidad que organice la orientación política basado en una reflexión y acción general sobre el modo de producción. Sumar banderitas de colores es la política del populismo laclausiano. Del movimentismo (como bien supo llamarlo Altamira tan precozmente). Tener que recordarles esto a los que se dicen socialistas es preocupante. Tener que recordarles que era impensado que el partido bolchevique hubiese llevado a un obrero judío a la duma con una banderita de su comunidad a hablar sobre su particularidad en el imperio. Lo hubiese llevado a explicar los grandes problemas nacionales desde una perspectiva de clase universal. Combatiendo los prejuicios antisemitas en la práctica mostrando la solidaridad que debían tener todos los obreros. No reivindicando su particularidad haciendo cuña entre el ruso y el judío como si ese fuese el problema. Los socialistas no buscaban que se respeten los colectivos identitarios policlasistas para así sumarlos atómicamente en sus diferencias al movimiento, sino que se esmeraba en destruir radicalmente esos colectivos desde adentro, en meter una cuña en su interior para así fundar una solidaridad transversal basada en la consciencia de clase. El movimentismo y su método ha permeado a tal punto a los socialistas que se les es imposible diferenciarlo de ellos mismos.
La única ligazón que tenemos como comunidad de la cual dependemos es hoy por hoy el Capital como relación social total. El indigenismo tal cual lo conocemos es siempre una identidad ideológica (invertida) surgida del capital, nunca una suerte de "memoria ancestral" aunque así intente presentarse. Una identidad ideológica tan específica del capital como la del que se reivindica argentino. En ese sentido no hay que buscar una ontología identitaria "objetiva" más que en el capital y en la multiplicidad de formas ideológicas que su movimiento engendra para poder realizarse de una u otra forma específica. La identidad aymara, colla o quechua es tan producto del capital como la de obrero nacionalista o comunista. El problema está en ver cuál de estas manifestaciones del mismo movimiento presenta aspectos reaccionarios y cuál progresivos. Pensar que existe una doble ontología de la identidad, que en un caso aparece como un "engaño" arbitrario y que en otro lo hace como consciencia "verdadera" es partir de la idea de que la materia no se expresa siempre en su totalidad. Que ésta puede ser distorsionada por una mera voluntad autosuficiente que no necesita más fundamento que ella misma.
Tal vez la mayor victoria cultural de la forma de consciencia racista fue el tener a todo el arco "progresista" pensando la realidad a partir de sus mismos presupuestos etno-esencialistas pero aplicados a los "pueblos oprimidos". La astucia del formalismo fue el tener a los particulares "oprimidos" pensándose y buscando revalorizarse a sí mismos a partir de la inversión en espejo del uso de las categorías del mismo racismo como si esto fuese un acto de liberación de esas mismas categorías. En lugar de cuestionarse a "lo indígena" o "lo africano" como categorías que expresaban la necesidad de una intervención política y militar particular de determinados imperios, todos los estudios pos coloniales se contentaron con tomarlas en tanto verdades indiscutibles de la naturaleza a revalorizar por la positiva. Irónicamente en el proceso se buscaba hacer pasar esto como si fuese el acto de pensarse "por fuera de las categorías de occidente" (je). Es decir, que en lugar de pensar que la idea de la existencia de una "historia africana" es una construcción del pensamiento colonial que veía en su forma práctica de intervención histórica a África como una unidad, los poscolonialistas partieron de aceptar esa existencia "natural" de "África" (o los "pueblos originarios" en tal caso) en tanto unidad creada por el pensamiento práctico de los estados coloniales como un sujeto histórico ya formado en la práctica que debía "pensarse a sí mismo". Las esquirlas de esta victoria del etno racismo en tanto teoría poscolonial como fundamento de la consciencia progresista pueden verse en cada argumento a favor del particularismo étnico que la izquierda utiliza como "antítesis" ideológica de la lucha contra el racismo. Una lucha rara que opta por elegir la inversión formal de la imaginación ideológica de su enemigo como su arma de elección. La inversión de la inversión no es la superación, es una calesita que lleva al mismo camino a la política socialista: el de no tener un criterio propio para pensar la realidad.
Si no hay una mínima definición programática propia que apunte a objetivos por la positiva no puede haber nunca forma real de construir política relevante. Oponerse conservadoramente a todo lo que sucede porque es un "avance del capital" es un error grosero. Literalmente todo lo que pasa en este período histórico es un "avance del capital". Decirlo no adelanta ni un milímetro en la comprensión de la realidad y en la elaboración de una posición positiva sobre los hechos. Todavía en pleno siglo XXI hay marxistas que creen, o que seguimos en la acumulación originaria, o que la historia se frenó hace 100 años y todo lo que pasa es destrucción de fuerzas productivas. Son seudo anarquistas populistas de clóset. Esa forma rutinaria de intervención donde se va a apoyar cualquier movimiento molecular que se oponga a algo sin orientación propia termina siempre con los trabajadores volviendo a votar y a apoyar a los partidos contra los cuales marchaban porque siguen reteniendo autoridad política sobre ellos. Porque justamente movilizarse contra ellos, por más que lloriqueen o griten en las calles, significa que los ven como interlocutores válidos para sus reclamos. Terminarán volviendo a darles el apoyo aunque detesten a tal o cual personaje nominal.
Estos movimientos moleculares ven a los marxistas como los simpáticos de la banderita que apoyan las marchas, cabecean balas de goma y hacen quilombo, pero nunca como autoridad política real. Y eso sucede porque políticamente se respeta a alguien que interpela y tiene decisión, que dice algo propio aún si no es aceptado del todo. Pero alguien que simplemente está ahí "en la lucha" dándole servilmente la razón a todos con una consigna lo más genérica y rastrera posible, a esa gente se la "respeta como luchador", lo que en cristiano significa que nunca se le confía nada respecto a la política. No son actores que se tomen seriamente como interlocutores políticos. Ni siquiera para insultarlos.
El comunismo es el intento práctico de personificar el interés de conjunto de la clase y no meramente alguna expresión unilateral. Es desde la visión de conjunto que se debe abordar y dirigir las formas limitadas. Nunca a la inversa. Reproduciendo la consciencia parcial de manera radical no se llega al movimiento total y su comprensión. Sólo puede plantear competencia de partículas en su forma cerrada y reaccionaria. La clase obrera deviene sujeto solamente cuando se reconoce como potencia del propio capital antes que como algo externo a su movimiento. Cuando deja de buscar un estado de libertad abstracta que le han quitado desde "afuera" (nacionalismo, liberalismo, indigenismo, etc.) y se reconoce a sí misma como lo que efectivamente es y hace. Deviene sujeto cuando busca controlar al capital y orientarlo con su gestión directa en lugar de pensarse como "anticapitalista" o "anti-imperialista" en la búsqueda infantil de esa libertad "perdida", de esa "liberación nacional" que solo sirve para alimentar la ideología de su negación como sujeto histórico.
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