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En defensa del programa mínimo

  • pablosviajsk
  • 13 ene 2021
  • 5 Min. de lectura


Debemos tener en cuenta que la clase obrera sólo actúa como tal cuando actúa como partido político. La clase obrera sólo actúa como partido político cuando éste la organiza detrás de un objetivo que corresponde con las potencias que ella porta en la realidad. La clase sólo se organiza detrás de un partido si este se construye pacientemente de acuerdo al conocimiento de las determinaciones que configuran ese objetivo. La idea de que los levantamientos son algo más que entropía social sin perspectivas es atacada por gente que cree que el caos callejero es una 'oportunidad' revolucionaria. Para esta gente no sólo el siglo XX pasó sin dejar enseñanza, ni siquiera superaron el blanquismo infantil del XIX. Piensan que el desarrollo de la clase en partido va a surgir espontáneamente de la lucha urbana y no de un largo proceso de estudio y construcción que prepara a la clase para actuar como tal. Plantear política es plantear una lógica de acción ligada a problemas estructurales que uno delimita en su discurso como partido. El programa no es más que la delimitación de los problemas específicos estratégicos que interesa instalar en el discurso político, así como también el método mediante el cual se instalan poniendo en escena permanente el mismo tema bajo diferentes formas concretas que se van actualizando mediante la lucha por el programa mínimo. Un programa es plantear una lógica de acción ligada a problemas estructurales que uno delimita como tales mediante un estudio científico de las especificidades con las que uno se encuentra y que queda sintetizado en un eje de acción (en un blanco de ataque consistente) que toma como soporte un programa mínimo. Lamentablemente los obreros en lugar de ver a los marxistas como compañeros que plantean cosas sensatas y las militan, los ven generalmente como unos energúmenos que plantean quimeras y abstracciones. Porque sus programas no parten de la consciencia y la idiosincrasia del obrero sino de una supuesta dinámica artificial de radicalización desde la ‘consigna’ exterior. No hay ningún intento sistemático de acercar al obrero al marxismo por medio del programa mínimo para luego, desde ese acercamiento, arrimarlo de a poco al programa máximo por medio del trabajo político concreto como se hacía en la 2da y 3ra internacional. El uso que hace la izquierda de las consignas mínimas en ciertos frentes sindicales apunta al consignismo transicional. Hay una desconexión metodológica en la cual las consignas mínimas se utilizan de relleno para esperar hasta la consigna transicional. Por eso tienden a ser vistos como gente que en el fondo no le importa el lugar concreto de militancia. Las consignas mínimas nunca se piensan en función de ganar algo concreto en función de la correlación de fuerzas para ir construyendo pacientemente la relación política con las masas. Se plantean para ir al "choque" y que la gente procese esa imposibilidad como radicalización (transicionalismo). Entonces van de derrota tras derrota aún en las consignas mínimas. Y peor: estas derrotas son necesariamente procesadas como la reafirmación de la justeza del programa. Eso en la universidad se ve muy bien, pero también a nivel sindical. La preocupación no es ir construyendo racionalmente y pacientemente una relación con las masas porque a estas ya se las considera radicalizadas en potencia. Puestas a disposición ante el empujón justo. Entonces terminan en grandes movimientos fugaces con grandes derrotas y peores balances. El trabajo serio con consignas mínimas permite construir una relación política de autoridad con las masas con las que se dialoga. Relación política que es condición necesaria para entablar la propaganda de los objetivos máximos. La dinámica real de la política durante el 99% del tiempo de la existencia del partido no es de radicalización escalada de las masas sino de períodos de política "normal". Querer ligar consignas de máxima a consignas de mínima como método es transicionalismo. Una es el soporte que produce la condición necesaria para que la otra pueda abrirse paso en el discurso político de masas. Es un trabajo de más largo plazo. Las fuerzas productivas no están terminales y la revolución no está a un ‘salto’ subjetivo de distancia. El falso dilema de la izquierda no puede ser: o ser un delirante con consignas transicionales o ser el PC en el peronismo. Debe haber una intervención seria basada en la elaboración de un complejo programa mínimo que permita entablar una estrategia política de acercamiento a las masas en el marco de un partido bien formado que entiende la estrategia detrás de lo que está haciendo. Pensar un programa que, partiendo de las determinaciones del capitalismo, sea lo más parecido a las medidas que tomaría un gobierno obrero para expandir las fuerzas productivas.

El reconocimiento de la derrota en toda la línea de las hipótesis sobre el capitalismo de la izquierda autotitulada revolucionaria tal vez se ve de la forma más clara en el abandono total de la argumentación a través de datos tendenciales o de magnitudes relativas. Los números simplemente aparecen como magnitudes absolutas y fijas en el tiempo. Nunca se analiza la tendencia de una variable. Siempre denunciar el número absoluto como fijo es la receta barata para provocar indignación fácil. El problema no es que se use como estrategia comunicacional. El problema es que se usa esto como insumo para tratar de entender las coordenadas del capitalismo mundial en el que les toca operar. De allí que no es raro escuchar delirios como que es probable que en 20 años la burguesía alemana o yanqui van a caer. La victoria de la burguesía es total desde el momento en que con un simple dato pueden desarmar todo el relato y dejar a su interlocutor apelando a la ‘dialéctica’ entendida como metafísica ensayística artesanal desligada de las determinaciones cuantitativas de la realidad. Determinaciones cuantitativas que no son más que la forma de existencia de las cualitativas y no meras decoraciones para acomodarlas a una hipótesis fantasiosa que sirve para hacerle sentir a los militantes que se encuentran en un momento histórico escatológico dónde se define la batalla final entre el bien y el mal.

En política el que tiene el poder durante un período tiene razón. Y la tiene porque la política se mide siempre por efectividad. Si se participa en política durante décadas y se es incapaz de construir un átomo de poder que logre meterte en la arena de la lucha por el control del estado entonces no se tiene razón. Básicamente porque los presupuestos de tu programa no tienen contacto con la realidad. Es sencillo. Ostentar el poder significa tener una lectura más real y adaptada a la realidad. Lenin y Mao tenían razón sobre Kerensky y Chiang porque éstos no entendían las fuerzas que los rodeaban y operaban sin esas coordenadas básicas. Por eso perdieron a pesar de tener de su lado todas las ventajas. Aquellos entendían mejor la realidad y por eso lograron el poder. La política es una técnica basada en la comprensión científica. Como toda técnica se prueba cuando cumple su función. Y la función de la política es construir poder. Si representas a una liguilla vegetativa por 60 años no posees la razón. La historia no te va a dar la razón un día mágicamente por más abnegación militante que despliegues. La escatología política es sedentaria y conservadora.

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