Lo social en Marx y en la 'economía social' cooperativa
- pablosviajsk
- 22 feb 2021
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La llamada ‘economía social’ caracteriza la sociedad a partir de espacios relativamente autónomos cruzados por la acción de ‘instituciones’. En su esquema reconoce la existencia de tres ‘sectores’ que configuran la totalidad económica. La economía capitalista, regida por la ganancia como principio, cuya forma de organización son las empresas articuladas por el mercado. La economía pública, regida por la construcción de un ‘interés general’, organizada por el sistema administrativo. Y, por último, la llamada economía popular, regida por la reproducción biológica y social de sus miembros, organizada por las unidades domésticas que se suman para formar comunidades y también por asociaciones voluntarias, articuladas mediante el mercado y la reciprocidad interna.
La economía popular sería entonces una serie de unidades domésticas y sus agregados (comunidades), que producen mercancías sobre la base material de lo que se da en llamar un ‘fondo de trabajo’ definido como el “conjunto de capacidades de trabajo que poseen sus miembros para reproducirse”[1]. Este, a su vez, puede encontrarse compuesto esencialmente por los ingresos provenientes del cuentapropismo (pequeña empresa mercantil llamada ‘microemprendimiento’), los salarios que traen sus miembros al vender su fuerza de trabajo y la producción para el autoconsumo sobre la base de relaciones de dependencia directa (llamadas de ‘reciprocidad’). De esta forma, la unidad doméstica obtiene sus recursos esencialmente del mercado, ya sea vendiendo su fuerza de trabajo o vendiendo sus mercancías para lograr su reproducción simple. Esto es central en la teoría que maneja esta perspectiva ya que lo que diferencia, a su criterio, a este tipo de pequeñas empresas mercantiles de una empresa capitalista común y silvestre, es su objetivo de realizar la reproducción simple de la empresa. Este criterio se mantiene aún si aquella explota fuerza de trabajo. Lo central es la diferencia entre reproducción simple o ampliada. Lo que salvaría a estas pequeñas porciones del capital social de volverse ‘capitalistas’ son sus “pautas morales”[2], entendidas estas como reciprocidad. En contraposición a las relaciones impersonales del dinero. En definitiva, podemos caracterizar a la economía popular como una serie de pequeñas empresas en las cuales deben regir dos principios. Uno será el de dependencia directa de los productores respecto a un principio de autoridad (reciprocidad). Y el otro la búsqueda consciente de la reproducción simple como un valor que la mantenga por fuera de la lógica capitalista. Éste último atributo mantiene a la empresa centrada en lo que se da en llamar la ‘lógica del trabajo’ en contraposición a la ‘lógica del capital’ (acumulación de plusvalía). La contradicción entre trabajo y capital deja su paso para convertirse en la disputa histórica de la subjetividad productiva para reapropiarse los medios de producción que la dominan como fuerza autonomizada del poder del trabajo, a la disputa de pequeños capitales familiares de reproducción simple frente a los capitales concentrados por el proceso histórico de la acumulación de capital.
El pequeño capital, para la economía social, se convierte en social a partir del momento en que abandona su orientación hacia la ganancia y comienza a crear meramente valores de uso con el objetivo de satisfacer las necesidades de la suma de unidades domésticas que forman las comunidades de base territorial, que son, al mismo tiempo, las células productivas del metabolismo social. Por esto se dice que la economía es social porque produce sociedad, reuniendo producción y reproducción de forma más directa (territorial y familiar). Esto permitiría, a su vez, la orientación de la producción hacia los valores de uso, ya que esta cercanía aseguraría un control del proceso productivo que permitiría a las comunidades acordar de conjunto cuáles serán las producciones consideradas ‘legítimas’.
Para este tipo de corriente la autonomía de ‘lo económico’ respecto a ‘lo político’ no existe, pero no debido a que son dos formas de realización de la totalidad, sino porque aquello que los mantiene unidos es la intencionalidad política de mantenerlos así. La búsqueda por autonomizarlos se identifica con el llamado ‘neoliberalismo’ como proyecto político, que, en su esquema, sería la forma política del capital. De esta forma se cuestiona la separación de lo económico y lo político sólo en el sentido de que este hecho se desata a partir de una determinada decisión política. Es confuso ya que, si lo político decide separarse de ‘lo económico’ debido a presiones autónomas provenientes de esta esfera, esto significa necesariamente que ya se encontraban separados previamente o que su unión no es un hecho necesario, sino un producto de la voluntad política. En este sentido, si la economía se manifiesta como una fuerza autorregulada no es debido a las condiciones materiales que determinan su forma concreta, sino a que el capital fue “liberado de límites políticos y morales”[3].
Para el marxismo, por principio, no existen ´esferas´ de lo social que posean una exterioridad propia. No importa cuánto énfasis se ponga en su interdependencia – ya sea determinante o subordinada - o en su independencia, no importa que tan ‘relativa’ sea; la ciencia social burguesa se empecina en mantener un principio de exterioridad de lo ‘económico’ respecto de lo ‘social’ y éstos respecto de lo ‘cultural’ y así hasta el infinito. De esta forma muchos autores siguen inconscientemente, en su representación de la realidad, las determinaciones que realiza en su conciencia la forma capitalista de organizar la producción, al naturalizar la autonomía (exterioridad) de las relaciones políticas, económicas, etc. A esta ilusión ayudó la vulgarización que el propio Marx hizo de sus investigaciones, en particular el famoso tópico de la base – superestructura, ya que éste se presta a la idea de exterioridad.
La realidad siempre es una totalidad que se desenvuelve a partir del desarrollo de las necesidades contenidas en el objeto de análisis, desde la forma más simple hacia la más compleja a partir de sus propio movimiento necesario. Desde las formas más indeterminadas hasta las formas concretas. La tarea de la ciencia no es el representar a través de una teoría en la que cada autor elige según su parecer cuál es la ‘esfera’ que más determina, o si todas determinan en igual medida (multicausalismo), etc. sino el de seguir y desplegar las necesidad propias del objeto que se estudia, desde sus formas más simples y generales, hasta abarcar la totalidad, para reproducirlo en el pensamiento como un concreto pensado. Para profundizar en la idea, tomemos como ejemplo la supuesta exterioridad de las relaciones económicas, jurídicas y políticas en el capitalismo. Partamos en principio de la forma más abstracta en la que se presenta la sociedad: como una determinada potencia para realizar trabajo. Toda sociedad es, en su forma más inmediata y general, la capacidad de trabajar, es decir, de dirigir energía a la transformación de la materia con el objetivo de producir los medios necesarios para reproducir las condiciones de esa misma capacidad de trabajar. En principio, la energía disponible proviene del control consciente del cuerpo y, en la medida que se desarrollan las fuerzas productivas sociales, el trabajo muta progresivamente hacia el control y supervisión de las energías de la naturaleza para transformar la materia de acuerdo a las necesidades de la reproducción social. Ésta, empero, no es sólo producción de cosas útiles, sino también la reproducción de una forma históricamente particular de hombres. La reproducción social es, entonces, al mismo tiempo producción ´económica´ y ‘social’. La forma mediante la cual una determinada sociedad (totalidad) asigna las distintas cantidades y calidades del trabajo disponible hacia formas útiles para su reproducción es la relación social general que determina a dicha sociedad (modo de producción). En las sociedades precapitalistas, como se sabe, la capacidad de asignar la totalidad de la labor social, es decir, de coordinar conscientemente la capacidad de trabajo disponible, se realizaba de acuerdo a la subordinación directa de los productores a aquellos que dirigían las labores (relación social directa de dependencia). En el capitalismo, el proceso humano de producción se pone en movimiento llevando la cooperación entre sus miembros más allá de su capacidad para coordinar directamente los procesos individuales de producción como momentos del metabolismo social, de allí que éste se determina como autónomamente organizado a partir del intercambio de mercancías (mercado)[4]. La coordinación se realiza, entonces, indirectamente mediante el choque ciego de los diversos poseedores de mercancías. Teniendo esto en cuenta debemos considerar que a lo que se llama ´relación económica’ no es más que la relación indirecta general entre poseedores de mercancías en el cambio. Esta forma simple, al desplegarse, va incorporando una nueva determinación. Las relaciones individuales (poseedores privados de mercancías) van tomando la forma de una suma de relaciones directas de poseedores concretos (privadas). Esto da origen a lo que se llama ‘relación jurídica’ (contrato). Sin embargo la relación jurídica no agota sus determinaciones, ya que mientras se mantenga como una serie de relaciones fragmentadas entre privados no será nunca capaz de dar cuenta del movimiento del metabolismo social como un todo. Tanto la ‘esfera’ económica como la jurídica son dos momentos de un mismo movimiento, que muta al desplegarse en su necesidad, al superar su unilateralidad. Así, las dos personificaciones de poseedores de mercancías que configuran al movimiento de la relación social general autonomizada (capital) – fuerza de trabajo y capitalista – deben superar su forma directa fragmentada y transformar a la misma en una relación directa general. De esta forma puede verse como, partiendo de una relación indirecta general determinada por la forma de organizar el metabolismo social, la misma se realiza bajo la forma concreta de relaciones directas de clase (relaciones políticas). Lo que se llama ‘lo político’ no es más que la forma consciente (general y directa) mediante la cual se procesan las necesidades del metabolismo social que no podrían ser contenidas bajo la forma unilateral de relaciones ‘puramente’ económicas. En otras palabras: las formas fragmentadas directas (jurídico contractuales) o indirectas generales (económicas) son incapaces de encausar, por su naturaleza limitada, las contradicciones propias que se expresan en la determinación general y directa (política)[5]. En este sentido, creo, debe pensarse la cansadora discusión dentro del marxismo acerca de la ‘autonomía’ o las sobredeterminaciones del tópico base – superestructura. No hay tal exterioridad respecto uno del otro, sino que la superestructura es la forma más determinada y concreta del despliegue de la base y se realiza en aquella con mayores determinaciones. El tópico, entonces, no se refiere a dos ‘esferas’ de lo real, sino que remite al despliegue de lo real desde sus formas más simples y generales (económicas) hacia distintas necesidades que esto tiene de realizarse en formas más complejas y determinadas. Lo ‘político’ es en sí mismo una forma determinada necesaria de realizarse lo ‘económico’; no existe el uno sin el otro porque son dos momentos de un mismo movimiento sin ruptura.
Con lo dicho creo que queda claro la imposibilidad de cualquier representación de lo social a partir de ‘esferas’ exteriores, por más que se haga hincapié en las sobredeterminaciones o las independencias ‘relativas’; todas estas fórmulas presuponen grados de exterioridad que no existen en la forma real del objeto que intentan analizar. Al mismo tiempo podemos ver la incomprensión de la naturaleza del modo de producción capitalista que poseen quienes pretenden actuar sobre las contradicciones del capitalismo por vías fragmentarias (jurídicas)[6] o indirectas (económicas), como pretende la economía social. Podemos entender que la forma autonomizada que posee el movimiento de las fuerzas productivas materiales necesite realizarse, en el capitalismo, a través de la acción individual aparentemente consciente. Sin embargo, si intentamos reproducir lo real en nuestras conciencias no podemos caer en la inversión ideológica que presenta a la forma como el contenido y viceversa. Pensar la ‘autonomía’ de la política o del Estado, o de la cultura, etc. No es más que basar el pensamiento de lo social en la naturalización de la conciencia libre, es decir, en el fetichismo de la mercancía. Este método niega la enorme enajenación (de medios de trabajo y de capacidad de coordinación de la producción social) en la cual se fundamenta la tan mentada ‘autonomía’ del sujeto y, por caso, de las ‘comunidades’ que tanto reivindica la economía social
[1] Coraggio, José Luis. “Economía social y solidaria: El trabajo antes que el capital”, Abya-Yala, Quito, 2011. Pág. 101. [2] Ibídem. Pág. 102 [3] Ibídem. Pág. 201. [4] Esta es la causa material que explica la constante referencia de los investigadores a la autonomización de las ‘esferas’ de lo social. [5] Organizar el metabolismo social a partir sólo de relaciones jurídicas (individuales e imposibilitadas de coordinar la totalidad) ¿No es ésta la utopía reaccionaria del liberalismo? [6] En este sentido podría pensarse en la Tasa Tobin y la ilusión que esta genera.
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