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Manifestaciones de la fragmentación productiva y sus expresiones ideológicas

  • pablosviajsk
  • 13 ene 2021
  • 10 Min. de lectura



Población sobrante

La potencia revolucionaria de un sujeto social concreto no es la capacidad de levantar tal o cual consigna o ‘voltear’ gobiernos (y después ser incapaz de organizar algo superador). La potencia revolucionaria de un sujeto social está dada por la capacidad de personificar una tendencia superadora del capital bajo su forma fragmentaria. La población sobrante sólo puede reproducir en sus potencias fragmentación productiva (cooperativas) o reproducción subsidiada (asistencialismo). Los movimientos de lucha de la mano de obra sobrante no son un sujeto histórico que POR SU CUENTA pueda impulsar un proceso histórico progresista como la centralización del capital.

Todo aquel que conozca las especificidades generales de la acumulación capitalista en Argentina sabe que una de sus características es la de producir cada vez un piso más grande de población sobrante consolidada aún para los capitales chatarra que operan en el país. A través de distintas crisis el Estado, en tanto forma específica del propio movimiento del capital, se ha ocupado de integrar a su propia dinámica la tarea de abordar a esta fracción de la clase obrera por medio de la institucionalización de la misma. Por su puesto que este proceso de integración, por lógica, sólo pudo ser llevado adelante por la forma necesaria por medio de la cual el capital opera en concreto: la lucha de clases. Ahora bien, que las luchas de esta fracción de la clase por su mera reproducción física se encuentren totalmente integradas al metabolismo del estado claramente no significa que su forma haya mutado: este proceso necesariamente se sigue produciendo por medio de la lucha de clases. Esta es la fuente inagotable de piquetes y marchas a los ministerios de desarrollo social. En consecuencia este tipo de luchas puntuales no posee ninguna potencialidad material revolucionaria, no son más que la forma concreta de integración al estado de la clase obrera sobrante. Una fracción de la clase que sólo puede reproducir en sus determinaciones materiales mayor fragmentación del capital (cooperativismo) o degradación de atributos productivos. La votación unánime por parte de los representantes del estado de las sucesivas ‘emergencias’ debería hacer pensar al sentido común mágico de los partidos de izquierda y hacerlos acompañar estas luchas desde una visión más realista y menos infantil. El problema de la población sobrante es abordado de forma teórica por la izquierda con un desinterés supino o con pensamiento infantil. Como su objetivo de reclutamiento apunta al joven socialmente sensible y paternalista con el ‘pobre’ en lugar de hacerlo al obrero ‘atrasado’ que plantea su desagrado por aquellos que considera ‘vagos’, la izquierda viene a plantear quimeras como el ‘reparto de horas’, las ‘bolsas de trabajo’ o el ‘empleo público’ como una salida rápida y fácil al problema. La idea de que con la población sobrante se puede simplemente ‘crear trabajo’ literalmente pasa de largo una marea de problemas concretos que las antiguas experiencias centralizadoras abordaron básicamente mediante el exterminio físico por medio de guerras de defensa o expansión, hambrunas o gulags ¿Por qué hicieron eso? ¿Porque eran malvados burócratas sedientos de sangre? No. Esta fue la forma específica mediante la cual abordaron un problema de complejísima solución en el marco de la situación concreta de esos años. En primer lugar debemos tener en cuenta el tema de que "dar trabajo" presupone reorientar parte del cuantum de trabajo social actual hacia la creación de medios de producción que produzcan algo socialmente útil en base a la productividad media de la sociedad y que, al mismo tiempo, guarden concordancia de acuerdo a los atributos productivos de esa misma población sobrante (que puedan ser controlados por esta). La forma de emplear estos medios de trabajo de forma tal que no sean un derroche del trabajo social de los trabajadores más productivos sólo puede darse a partir de la compensación de la baja productividad con una intensificación del trabajo de la población sobrante. De otra forma uno le estaría pidiendo a un técnico eléctrico que trabaja en una fábrica que cobre menos o aumente su intensidad de trabajo para generar excedentes transferibles a los sectores menos productivos porque éstos no pretenden compensar su baja productividad. Si la población sobrante acepta esta necesidad no habría problemas, la realidad es que es poco probable que los millones que no tienen disciplina laboral se sumen a un laburo militarizado porque alguien les explique eso de que la ‘libertad es la consciencia de la necesidad’. Pero ¿Y la plusvalía? ¿Si nos apropiamos de la plusvalía se soluciona todo el problema rápidamente? En principio no. Básicamente porque la apropiación de la plusvalía no cambia el problema. Sólo lo introyecta al interior de la clase obrera en lugar de proyectarlo como un problema impositivo, de transferencias de ingresos y de subsidios bajo el estado burgués. Resulta que para producir los medios de producción para poner en movimiento a la mano de obra sobrante uno tiene que necesariamente tensionar a las fracciones de la clase obrera hacia adentro, al tener que decidir el destino del excedente generado por los sectores productivos de la clase obrera en el marco de la propiedad estatal de los medios de producción. Se debería convencer a los sectores obreros productivos y más eficientes que trabajen más horas de las que deberían, que lo hagan con mayor intensidad o que cobren menos para seguir produciendo plusvalía que se va a orientar para ‘darle trabajo a la gente’, en lugar de usarla para aumentar sus salarios, disminuir sus horas de trabajo o aumentar sus jubilaciones. Pero ¿Y si concentramos la industria no mejoramos la productividad? De esa nueva diferencia puede salir la masa de riqueza que se desvíe hacia esos sectores. Eso tampoco es tan fácil ya que el excedente generado por la nueva productividad de las ramas saneadas y centralizadas debe ser usado para expandir esas mismas ramas o nuevas para ocupar a la mano de obra que ya queda desplazada por la misma centralización y los cambios tecnológicos. Además de que se repite el problema ya mencionado de cómo asignar esa masa de valor. Si se utiliza para ‘repartir las horas’ (darle ocupación a la población sobrante) o en ampliar la productividad de esa propia rama para mejorar las condiciones de los obreros productivos ocupados en ellas. Esto me lleva a la madre de todas las consignas ridículas: ¿Y si repartimos las horas de trabajo? En primer lugar, como se dijo ‘repartir las horas de trabajo’ es básicamente un eufemismo para decir: usemos X masa de excedentes para darle trabajo a la población sobrante. En ese sentido ya se dijo el problema. Sin embargo este tipo de consigna es equivocada por algo más profundo: presupone cualidades productivas homogéneas e intercambiables para un aparato productivo dado. Se imagina al capitalismo del siglo XXI como una sociedad tribal donde la variedad y calificación del tipo de tareas es tan simple que cualquiera puede reemplazar a cualquiera con un mínimo de entrenamiento. Olvida que los atributos productivos (conocimientos, disposición al trabajo, disciplina laboral, etc.) no son algo que se den homogéneamente en sociedades medianamente complejas como las capitalistas. Pensar que cualquier persona tiene cualquier calificación laboral es de una inocencia e irresponsabilidad total a la hora de hacer política económica básica. Claramente estos problemas no son absolutos. Dependerá de la relación entre la productividad de los obreros ocupados, que determina qué tanto de sus condiciones de vida presente y futura deberán ceder para ‘dar trabajo’, y la cantidad y calidad de la mano de obra sobrante. En lugares con una clase obrera productiva pequeña y mucha población sobrante con pocos atributos productivos los problemas serán mucho más serios que en una situación opuesta. Lo seguro es que pensar que se pueden solucionar estos problemas con bolsitas de trabajo es de una irresponsabilidad total.

Los problemas de este sector específico de la clase se reflejan mejor que en ningún otro lado en la efectividad con que las iglesias protestantes logran encuadrarlo. Éstas organizaciones funcionan colectivamente como centros de solidaridad obrera. Forman una comunidad de respaldo para el sector proletario cuyas calificaciones laborales lo someten a enormes fluctuaciones e incertidumbres. Son una fuente de contactos para obtener trabajos, son redes de ayuda mutua, son espacios donde se forma un sentido comunitario y solidario de resguardo frente a los determinantes materiales que los atributos productivos de ese sector del proletariado sufren cotidianamente. Son la protesta contra esa realidad de incertidumbre y descomposición social y, al mismo tiempo, su reflejo. Pretender la vulgaridad de que las iglesias crecen porque ‘el estado las apoya’ es de una estupidez infinita. Los partidos comienzan a incorporarlas a sus esquemas de acumulación política justamente porque su eficiencia en el encuadre de un sector determinado de la clase obrera es inmensa, no a la inversa. El problema del movimientismo feminista sin perspectiva de clase es anteponer una demanda secundaria y sectorial y atacar a la clase por su posición respecto a esta demanda secundaria. Los socialistas nunca se enajenaron a los sectores de la clase por demandas fragmentarias. Su política siempre fue que el programa exprese las tendencias universales del proletariado por sobre las de un sector determinado.


La economía ‘social’ y la estrategia de la ‘fábrica sin patrones’

Aparte de la forma ‘piquetera’ que adopta la población sobrante y en paralelo a esta existe otra forma ideológica surgida de las presiones que la fragmentación de los atributos productivos impone a la fracción de la clase obrera que se reproduce en estas condiciones. Esta es la ilusión de que a partir de una expansión de la pequeña propiedad mercantil es posible recuperar el control del proceso productivo para así reinsertarse de forma plena al metabolismo económico sobre sus propias bases. Esta forma invertida adopta muchas formas, pero su denominación más generalizada es la que se expresa en las propuestas de la ‘economía social’

La propuesta de la economía social no busca el reemplazo de la sociedad actual por el comando colectivo del capital social bajo la forma de ‘Estado burgués sin burguesía’ como etapa necesaria para la construcción del socialismo. La pregunta que guía el análisis de estos tipos de formas ideológicas parece ser: ¿Pueden los actores fragmentados del sistema económico producir las bases materiales y políticas para otra sociedad a través de la construcción de otra economía? El planteo político que surge de la respuesta afirmativa a esta pregunta generalmente es alguna forma de proyecto autodenominado ‘contrahegemónico’, ya que su objetivo es la preparación de una totalidad por fuera del capital, que termine por someterlo a su lógica de reproducción desde un ‘afuera’. El sentido de la política sería dominar al mercado imponiéndole límites a su desarrollo a partir del crecimiento de una ‘economía social’. En este sentido, la hegemonía se construye confrontando con el sistema de empresas capitalistas desde el mercado. Al ir agrandando el campo de la economía social, las empresas sin fines de lucro comenzarían a dominar la totalidad de las transacciones. Esto deja planteado un problema, ya que la forma de competencia en el mercado se realiza disminuyendo los costos individuales de producción ¿cómo harán esto si no generan acumulación de capital? lo que este tipo de ideología parece proponer es que estas empresas utilicen una parte de su excedente para crear o subsidiar otras empresas que compartan su ética y proyecto político. De esta forma se expandirían como empresas capitalistas, pero sobre la base de la negación del lucro y el tamaño reducido. Igualmente resulta difícil pensar de qué manera concreta podría darse esa forma de subsidio a nuevas empresas sin fines de lucro y de qué forma un desarrollo de estos proyectos ‘contrahegemónicos’ y ‘autogestivos’ en torno a la economía social podrían superar los problemas de la la fragmentación productiva sobre la que se basa la existencia misma del capital, ya que su expansión haría todavía más difícil la superación de la autonomización de las relaciones sociales debido a una mayor fragmentación económica.

En sintonía con muchas propuestas del foro de San Pablo, la forma política que busca la economía social, parece ser un movimiento de movimientos que surja de una convergencia progresiva que tenga por base las relaciones que estos grupos desarrollen en la práctica económica. Esto es importante, porque para estos movimientos el sujeto social de la transformación no existe en la sociedad actual, sino que ‘emergerá una vez avanzado el proceso de transformación de la economía’ ¿Se puede adelantar alguna característica del mismo? No. Sin embargo, la convergencia de los grupos formados por este nuevo sujeto social debe hacerse sobre la base de que todas las organizaciones se orienten a la reproducción ‘digna’ de las condiciones de vida de sus miembros y la aceptación de la competencia dentro del mercado. En este sentido, ni el capital ni el Estado capitalista serían obstáculos insalvables, ya que uno se podría acorralar desde el poder que ganen los microemprendimientos en el mercado, y el otro podría ser ‘refundado’ desde la democracia participativa construida desde ‘abajo’. De esta forma, con el desarrollo de la acumulación de las empresas sin fines de lucro, no sería solamente el mercado capitalista el que quede acorralado, sino también el propio Estado (sector público), el cual se vería obligado a ceder espacios de autonomía política a las comunidades y ceder a sus presiones.

Toda la forma ideológica de las agrupaciones de la ‘economía social’ se despliega a partir de una mala caracterización acerca de la naturaleza de las necesidades que el carácter autónomo de la regulación productiva por parte de una sociedad de productores privados e independientes impone a la realidad. En este sentido se intenta conciliar la presencia de relaciones sociales directas para organizar el metabolismo social con la existencia misma de su imposibilidad histórica: el vínculo productivo social basado en la interacción necesariamente impersonal de productores privados. Se intenta resolver esto intentando encorsetar la economía mercantil dentro del nivel de la reproducción simple sobre la base de una limitada división del trabajo (mercados locales) y de una limitada acumulación de capital (microemprendimientos). Haciendo esto se intenta lograr que las relaciones productivas entre empresas y al interior de la pequeña empresa se mantengan lo más directas posibles dentro del régimen mercantil. Lo que esta forma ideológica es incapaz de entender es que aún en estas condiciones artificiales los microemprendimientos no pueden escapar al imperativo de la creación de valor para reproducir sus vínculos sociales. Esto significa que, aún dentro de éstos estrechos límites en los cuales se pretende que se mantengan las empresas, es el movimiento de la relación social autonomizada, es decir, es la ley del valor la que va a presionar (vía precios) a los microemprendimientos a adaptar sus productos, la cantidad a producir y su precio a las necesidades impersonales del movimiento autónomo que los domina.

La forma ideológica de la ‘economía social’ no comprende que la supuesta libertad que pretende para las empresas pequeñas se fundamenta en su sometimiento a las potencias sociales del producto de su trabajo, es decir a sus mercancías ¿Por qué el trabajador se comporta frente a su propio trabajo o su propio producto como si estuviera ante una propiedad ajena? Esta simple pregunta nunca podrá ser respondida bajo esta forma invertida del pensamiento. En lugar de proponer que los trabajadores se apropien del producto de su propio trabajo objetivado y concentrado durante generaciones bajo la forma de capital y, sobre esta base material, desarrollen las condiciones para abolir su enajenación respecto del mismo, los dirigentes de estos emprendimientos mercantiles aconsejan abandonar toda lucha por resolver esa enajenación histórica en tanto obreros. Es más, aconsejan que, en tanto se mantengan como un atributo subjetivo del capital, su emancipación no tiene perspectivas históricas porque restringe sus luchas a cuestiones ‘corporativas’. Al contrario, les proponen a los obreros una fuga de su enajenación por medio de una versión romántica de la pequeña producción mercantil basada en el despotismo de las relaciones familiares como la base material de la igualdad y la libertad.


 
 
 

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