Sobre el Peronismo
- pablosviajsk
- 17 ene 2021
- 7 Min. de lectura
El peronismo es la forma política necesaria mediante la cual se expresa el capital que predomina en argentina en su especificidad. La burguesía que predomina socialmente en la Argentina es aquella que existe y se reproduce a partir de diversas fuentes de transferencias y compensaciones producto de su productividad rezagada general respecto al mercado mundial, y ese capital tiene como atributo a una clase obrera que necesita de la reproducción de ese proceso de reciclaje de capitales para reproducir sus condiciones de existencia, al tiempo que se le opone en su movimiento necesario de abaratamiento se su valor. El peronismo es la forma política determinada de esta forma específica de existencia del capital que predomina socialmente en la Argentina. No es una mera forma para un contenido externo a ella como la lucha de clases sino que es esta misma forma la que determina el contenido de la misma en tanto alianza de clases. El peronismo es la forma política necesaria de la alianza material entre la clase obrera que precisa del capital improductivo como forma concreta de su existencia y reproducción, y ese mismo capital improductivo. El peronismo no es un ‘frente nacional’ continente de la dinámica de clases en tanto determinación simple (obrero abstracto frente a burgués abstracto), sino que es la forma política necesaria de la alianza de clases concreta del espacio de acumulación que sólo puede llegar a tensionarse por demandas internas a la necesidad de esa propia alianza. Las diferentes ‘radicalizaciones’ del peronismo son la forma ideológica mediante la cual se procesan necesariamente las tensiones consustanciales a toda alianza de clases. No conllevan a una ruptura que, desde un movimiento autónomo y externo al mismo (la lucha de clases abstracta), amenace con romper el bloque e ir más allá del mismo. Eso explica que ninguna de esas tendencias haya roto con el peronismo o sobrevivido por fuera de él. Porque no expresan ningún desarrollo histórico portador de potencias ajenas a la alianza de clases. La lucha de clases, inmanente en el capitalismo, solo puede ser procesada en su forma concreta en argentina como una tensión perturbadora ‘desde fuera’ (solo en apariencia) de la alianza de clases que, en la medida que se mantiene en esa determinación concreta, se formatea necesariamente como una ‘radicalización’ de alas dentro del movimiento nacional que exigen ‘programas’ con el objetivo de ‘presionar’ dentro del mismo. La clase obrera dentro del peronismo sólo puede tensionar la alianza en la cual se juegan sus condiciones materiales de existencia. En términos simples: no hay forma histórica alguna mediante la cual la clase obrera adentro del peronismo se radicalice y se afirme a sí misma como una potencia histórica con un programa de centralización nacional del capital. El peronismo no es una mera forma política que puede ser intercambiable y reventada desde adentro. Es la expresión necesaria de la especificidad de la base material tal cual se desarrolla en el movimiento del capital de la Argentina. La lucha de clases inmanente al capitalismo, en la medida en que se manifiesta en el peronismo, sólo puede hacerlo bajo esa forma determinada provocando una tensión en la alianza de clases. Esto se vive ideológicamente (como consciencia parcial e incompleta) como una radicalización del movimiento, pero no lo es ni puede serlo. El peronismo sólo puede producir radicalización como una forma de la alianza de clases, y solo puede reproducir la alianza de clases presentándola como un hecho radical. La izquierda frente a este hecho material y a su expresión política necesaria solo puede ser la personificación de la conflictividad social y al mismo tiempo de sus límites objetivos. Sólo puede aparecer como un desborde circunstancial externo al peronismo que rápidamente se ve él mismo desbordado por éste en todos los flancos. Creo que esta es la clave para entender por qué no hubo ni hay partido obrero en Argentina. No los análisis que caen en las culpas a las direcciones traidoras, a tal o cual fracción "oportunista" de la izquierda o a la burocracia, etc. Es decir, a explicaciones que hipostasian el factor subjetivo. Lo dicho no significa negar conflictividad e incluso radicalización de la clase. Sólo que, por las especificidades del capitalismo argentino, la misma no es portadora de la necesidad de otra cosa que no sea provocar tensiones dentro de la alianza de clases determinada por la materialidad del capital tal cual se desarrolla en concreto en Argentina y que, en periodos excepcionales, pueden ‘desbordar’ hacia la izquierda. Pensar que esos desbordes guardan el momentum suficiente para alimentar a un partido estructural de la clase es una hipótesis no corroborada históricamente. El momentum del abandono del frente de colaboración de clases nunca es suficiente para estructurar algo duradero en ninguna de las dos partes de la alianza (ni un partido orgánico de la burguesía por fuera de esa alianza específica ni un partido orgánico de la clase obrera con un programa centralizador). Y esto sucede porque la alianza no es algo contingente sino expresión de la materialidad misma de la relación capitalista tal cual está estructurada en la Argentina. El proletariado, aun circunstancialmente radicalizado, no posee ni poseyó el momentum para estructurarse en una nueva forma política, ya que sus condiciones materiales de existencia y supervivencia lo siguen ligando con la burguesía nacional "chatarrera" y su estado.
La izquierda no piensa al peronismo como expresión de determinada configuración de clases objetiva. Lo piensa de forma metafísica como un mero ‘contenedor’ político de determinada etapa de desarrollo de la consciencia proletaria que transcurriría de forma autónoma a su relación en tanto atributo del capital. Una consciencia suspendida sobre la nada y girando sobre su propia subjetividad como un trompo a la espera de que la ‘lucha de clases’ abstracta la rescate del letargo. Como una bella durmiente. Luego, de la misma forma mecánica y formal, se razona caprichosamente que este contendor ya no ‘tiene más que dar’ simplemente porque el valor de la clase obrera cae hace décadas. Pero esto no es todo. Mientras se realiza semejante operación de etapismo formalista ahistórico, por otro lado y de forma totalmente desconectada del análisis anterior, se acepta que esa misma forma sin nada más que dar no dejó nunca de ser un dispositivo eficiente para luchar y conservar el poder. Estaríamos frente a una forma histórica que carecería de realidad y racionalidad pero que, sin embargo, al mismo tiempo se las arreglaría para mantener la hegemonía política de la sociedad porque... sí. Por capricho. Porque se considera que la existencia del peronismo es mala y eso acredita a decir que, a pesar de creer que ese movimiento no expresa ya ninguna necesidad objetiva de la especificidad del capitalismo argentino, puede seguir siendo al mismo tiempo la expresión política de ese mismo capitalismo. Y ese capricho teórico subjetivo sólo puede llevar a justificar su existencia por medio de vulgaridades funcionalistas ad hoc: “Porque cumple la función de ‘contener a los obreros’”, "porque cumple la función de ‘asegurarles rentabilidad a los capitalistas’", porque "controla el territorio"... Etc. Mientras tanto, sin detenerse en la contradicción, se sigue pensando que ese movimiento sin ninguna razón de ser real y necesaria por fuera de contingencias circunstanciales es el mismo que impide el desarrollo político de una izquierda con más de 60 años de existencia. Llegamos así a la total inversión de la sentencia hegeliana: Con el peronismo "Todo lo real es irracional".
Hace unos 20 años, las mismas miserias que antes la izquierda arrastraba en relación a sus ilusiones con una radicalización del peronismo y sus rupturas se convirtieron y adoptaron una forma más inorgánica y jacobina a partir de las ilusionas que la misma se hizo acerca del llamado ‘Argentinazo’. Su concepción espontaneísta y mágica se pone en acto al pensar la posibilidad de una revolución, no ya como la radicalización de un contenedor político como el peronismo, sino como el producto mecánico de una ‘explosión social’. Ante cada crisis la izquierda busca hacer un Argentinazo más profundo. Sin embargo, la profundización del Argentinazo ya existió y se llamó kirchnerismo. Hay que abandonar esa compulsión que tiene la izquierda de considerar que la forma histórica real y concreta del devenir de un proceso no expresa su forma racional sino una especie de ‘traición’, ‘deformación’, ‘contención’ o ‘desvío’ respecto a lo que considera subjetivamente que debiera ser la forma correcta del desarrollo histórico de acuerdo a un esquema que sólo puede justificar por mero capricho personal o deducción formal a partir de una abstracción. Este tipo de razonamiento es incapaz de realizar una crítica de sí mismo, y, en consecuencia, es impotente para operar sobre la realidad de forma efectiva. Siempre puede volver a apostarse a lo que no tiene ninguna potencia revolucionaria en el presente con la excusa de que en el pasado la marcha concreta de la historia operó una ‘desviación’ sobre un esquema predeterminado. Y así la historia vuelve a empezar de cero sin necesidad de procesar críticamente la propia actividad política pasada. Esta operación mantiene a la izquierda en un bucle de repetición infinito de las mismas fórmulas y a la puesta en práctica de un recetario mecánico que podría aplicar cualquier adolescente entrenado en este tipo de imposturas. Los distintos virajes de la economía argentina van a seguir golpeando fuertemente a una clase obrera que no posee ninguna estructura real de poder en manos de la izquierda, que no se referencia políticamente en la izquierda, que vota masivamente recambios políticos que sólo saben acumular capital político en la misma medida en que se derrumba la economía y su adversario. Las ‘fuerzas populares’, por fuera de la política cuántica de la izquierda, son sucedáneos ‘radicalizados’ del mismo peronismo que gana capital político segundo a segundo (igual que en el Argentinazo, y no por casualidad). Es pura fantasía pre leninista el sueño jacobinista-espontaneísta de un ‘pueblo’ que ‘toma la calle’ y se arma, entre barricadas, de organismos de gobierno de democracia directa que pongan de rodillas al aparato del Estado y le impongan condiciones, sin que exista estructura o partido real con incidencia en las masas que pueda dirigir este, ya de por sí, improbable suceso de doble poder callejero. Muchos pensarán que es de derrotista decir esto. Que en la calle todo puede pasar, que la acción independiente de los explotados será la que los lleve al partido, y este, al poder. La izquierda tiene la idea de que todas sus falencias estructurales, que hacen imposible su capacidad real de dirigir cualquier proceso, en el fondo son poco importantes ya que serán redimidas por las ‘masas’ una vez que se orienten por su programa (la política revolucionaria quedaría reducida a poner la consigna correcta en el momento correcto). Los pequeños aparatos de la izquierda siempre llegan a las crisis sin ninguna capacidad de dirigirlas políticamente. Sólo pueden ser herramientas inconscientes de las fuerzas políticas reales que están en pugna. Y ninguna cantidad de piedras que se le tiren a la policía pueden cambiar eso.
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